jueves, 31 de diciembre de 2009

Nieve

La Habana, 1892.


La agonía de Petronio

Tendido en la bañera de alabastro
donde serpea el purpurino rastro
de la sangre que corre de sus venas,
yace Petronio, el bardo decadente,
mostrando coronada la ancha frente
de rosas, terebintos y azucenas.
Mientras los magistrados le interrogan,
sus jóvenes discípulos dialogan
o recitan sus dáctilos de oro,
y al ver que aquéllos en tropel se alejan
ante el maestro ensangrentado dejan
caer las gotas de su amargo lloro.
Envueltas en sus peplos vaporosos
y tendidos los cuerpos voluptuosos
en la muelle extensión de los triclinios,
alrededor, sombrías y livianas,
agrúpanse las bellas cortesanas
que habitan del imperio en los dominios.
Desde el baño fragante en que aún respira,
el bardo pensativo las admira,
fija en la más hermosa la mirada
y le demanda, con arrullo tierno,
la postrimera copa de falerno
por sus marmóreas manos escanciada.
Apurando el licor hasta las heces,
enciende las mortales palideces
que oscurecían su viril semblante,
y volviendo los ojos inflamados
a sus fieles discípulos amados
háblales triste en el postrer instante,
hasta que heló su voz mortal gemido,
amarilleó su rostro consumido,
frío sudor humedeció su frente,
amoratáronse sus labios rojos,
densa nube empañó sus claros ojos,
el pensamiento abandonó su mente.
Y como se doblega el mustio nardo,
dobló su cuello el moribundo bardo,
libre por siempre de mortales penas
aspirando en su lánguida postura
del agua perfumada la frescura
y el olor de la sangre de sus venas.



Elena

Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas.
Cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de Ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido horizonte,
irguiendo un lirio en la rosada mano.



Una maja

Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.
Pañolón de Manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando el paso.



Paisaje espiritual

Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
mi la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.



Flores

Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la blasfemia.



Vespertino

I
Agoniza la luz. Sobre los verdes
montes alzados entre brumas grises,
parpadea el lucero de la tarde
cual la pupila de doliente virgen
en la hora final. El firmamento
que se despoja de brillantes tintes
aseméjase a un ópalo grandioso
engastado en los negros arrecifes
de la playa desierta. Hasta la arena
se va poniendo negra. La onda gime
por la muerte del sol y se adormece
lanzando al viento sus clamores tristes.

II
En un jardín, las áureas mariposas
embriagadas están por los sutiles
aromas de los cálices abiertos
que el sol espolvoreaba de rubíes,
esmeraldas, topacios, amatistas
y zafiros. Encajes invisibles
extienden en silencio las arañas
por las ramas nudosas de las vides
cuajadas de racimos. Aletean
los flamencos rosados que se irguen
después de picotear las fresas rojas
nacidas entre pálidos jazmines.
Graznan los pavos reales.
Y en un banco
de mármoles bruñidos, que recibe
la sombra de los árboles coposos,
un joven soñador está muy triste,
viendo que el aura arroja en un estanque
jaspeado de metálicos matices,
los pétalos fragantes de los lirios
y las plumas sedosas de los cisnes.



Nostalgias

I
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;
donde la nieve que baja
del firmamento, amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de ríos caudalosos
el rumor;
donde ostenta siempre el cielo,
a través del aéreo velo,
color gris;
es más hermosa la luna
y cada estrella más que una
flor de lis.

II
Otras veces sólo ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.
¡Ah! si yo un día pudiera
con qué júbilo partiera
para Argel,
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.
Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el sol
que, con sus vivos destellos,
pone un tinte a los camellos
tornasol.
Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.
Cambiando de rumbo luego,
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.
Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora fragancia
que da el té.
De la luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón rojo,
comienza la flor de loto
a brillar.
O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre,
graba en sándalo o en cobre
o en marfíl.
Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano archipiélago
a encallar.
A aquél en que vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
sintiendo todo quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.

III
Mas no parto. Si partiera
al instante yo quisiera
regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?



Flores de éter
A la memoria de Luis II de Baviera
Rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve,
¿en qué mundo tu espíritu mora?
¿Sobre qué cimas sus alas mueve?
¿Vive con diosas en una estrella
como guerrero con sus cautivas,
o está en la tumba - blanca doncella
bajo coronas de siemprevivas?...
Aún eras niño, cuando sentías,
como legado de tus mayores,
esas tempranas melancolías
de los espíritus soñadores,
y huyendo lejos de los palacios
donde veías morir tu infancia,
te remontabas a los espacios
en que esparcíase la fragancia
de los sueños que, hora tras hora,
minado fueron tu vida breve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Si así tu alma gozar quería
y a otras regiones arrebatarte,
en bajel tuvo: la Fantasía,
y un mar espléndido: el mar del Arte.
¡Cómo veías sobre sus ondas
temblar las luces de nuevos astros
que te guiaban a las Golcondas
donde no hallabas del hombre rastros;
y allí sintiendo raros deleites
tu alma encontraba deliquios santos,
como en los tintes de los afeites
las cortesanas frescos encantos!
Por eso mi alma la tuya adora
y recordándola se conmueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Colas abiertas de pavos reales,
róseos flamencos en la arboleda,
fríos crepúsculos matinales,
áureos dragones en roja seda,
verdes luciérnagas en las lilas,
plumas de cisnes alabastrinos,
sonidos vagos de las esquilas,
sobre hombros blancos encajes finos,
vapor de lago dormido en calma,
mirtos fragantes, nupciales tules,
nada más bello fue que tu alma
hecha de vagas nieblas azules
y que a la mía sólo enamora
de las del siglo décimo nueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Aunque sentiste sobre tu cuna
caer los dones de la existencia,
tú no gozaste de dicha alguna
más que en los brazos de la Demencia.
Halo llevabas de poesía
y más que el brillo de tu corona
a los extraños les atraía
lo misterioso de tu persona
que apasionaba nobles mancebos,
porque ostentabas en formas bellas
la gallardía de los efebos
con el recato de las doncellas.
Tedio profundo de la existencia,
sed de lo extraño que nos tortura,
de viejas razas mortales herencia,
de realidades afrenta impura,
visión sangrienta de la neurosis,
deliscuescencia de las pasiones,
entre fulgores de apoteosis
tu alma llevaron a otras regiones
donde gloriosa ciérnese ahora
y eterna dicha sobre ella llueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.

AUTORRETRATO

Nací en Cuba. El sendero de la vida
 Firme atravieso, con ligero paso,
 Sin que encorve mi espalda vigorosa 
La carga abrumadora de los años.

 Al pasar por las verdes alamedas,
 Cogido tiernamente de la mano,
 Mientras cortaba las fragantes flores 
O bebía la lumbre de los astros,

Vi la Muerte, cual pérfido bandido,
 Abalanzarse rauda ante mi paso
 Y herir a mis amantes compañeros,
Dejándome, en el mundo, solitario.

¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
Y ¡cuán lóbregos todos los espacios!

¡Cuántas veces la estrella matutina
Alumbró, con fulgores argentados,
La huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,

 Recorridos en noches tormentosas,
Entre el fragor horrísono del rayo,
Bajo las gotas frías de la lluvia
Y a la luz funeral de los relámpagos!

Mi juventud, herida ya de muerte,
Empieza a agonizar entre mis brazos,
Sin que la puedan reanimar mis besos,
Sin que la puedan consolar mis cantos.

Y al ver, en su semblante cadavérico,
De sus pupilas el fulgor opaco
--Igual al de un espejo en bruñido--,
Siento que el corazón sube a mis labios,
 Cual si en mi pecho la rodilla hincara
Joven titán de miembros acerados.

Para olvidar entonces las tristezas
Que, como nube de voraces pájaros
 Al fruto de oro entre las verdes ramas,
Dejan mi corazón despedazado,
Refúgiome del Arte en los misterios 
O de la hermosa Aspasia entre los brazos.

Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
Cual hostia blanca en cáliz cincelado,
 La purísima fe de mis mayores,
Que por ella, en los tiempos legendarios,
Subieron a la pira del martirio,
 Con su firmeza heroica de cristianos,
 La esperanza del cielo en las miradas
Y el perdón generoso entre los labios.

Mi espíritu, voluble y enfermizo,
 Lleno de la nostalgia del pasado,
 Ora ansía el rumor de las batallas,
 Ora la paz de silencioso claustro,
Hasta que pueda despojarse un día
--Como un mendigo del postrer andrajo--,
Del pesar que dejaron en su seno
Los difuntos ensueños abortados.

Indiferente a todo lo visible,
 Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
Como si dentro de mi ser llevara
 El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!

Libre de abrumadoras ambiciones,
Soporto de la vida el rudo fardo,
Porque me alienta el formidable orgullo
De vivir, ni envidioso ni envidiado, 
Persiguiendo fantásticas visiones,
Mientras se arrastran otros por el fango
Para extraer un átomo de oro
Del fondo pestilente de un pantano.




INTRODUCCION


Árbol de mi pensamiento
 Lanza tus hojas al viento
 Del olvido,

 Que, al volver las primaveras,
Harán en ti las quimeras
Nuevo nido;

 Y saldrán de entre tus hojas,
 En vez de amargas congojas,
 Las canciones

Que en otro mayo tuvisteis,
 Para consuelo de tristes
Corazones.







EL CAMINO DE DAMASCO


Lejos brilla el Jordán de azules ondas
que esmalta el Sol de lentejuelas de oro,
atravesando las tupidas frondas,
pabellón verde del bronceado toro.

Del majestuoso Líbano en la cumbre
erige su ramaje el cedro altivo,
y del día estival bajo la lumbre
desmaya en los senderos el olivo.

Piafar se escuchan árabes caballos
que, a través de la cálida arboleda,
van levantando con su férreos callos,
en la ancha ruta, opaca polvareda.

Desde el confín de las lejanas costas,
sombreadas por los ásperos nopales,
enjambres purpurinos de langostas
vuelan a los ardientes arenales.

Ábrense en las llanuras las cavernas
pobladas de escorpiones encarnados,
y al borde de las límpidas cisternas
embalsaman el aire los granados.

En fogoso corcel de crines blancas,
lomo robusto, refulgente casco,
belfo espumante y sudorosas ancas,
marcha por el camino de Damasco.

Saulo, eleva su bruñida lanza
que, a los destellos de la luz febea,
mientras el bruto relinchando avanza,
entre nubes de polvo centellea.

Tras las hojas de oscuros olivares
mira de la ciudad los minaretes,
y encima de los negros almenares
ondear los azulados gallardetes.

Súbito, desde lóbrego celaje
que desgarró la luz de hórrido rayo,
oye la voz de célico mensaje,
cae transido de mortal desmayo,

bajo el corcel ensangrentado rueda,
su lanza estalla con vibrar sonoro
y, a los reflejos de la luz, remeda
sierpe de fuego con escamas de oro.




BLANCO Y NEGRO


Sonrisas de las vírgenes difuntas
En, ataúd de blanco terciopelo
Recamado de oro; manos juntas
Que os eleváis hacia el azul del cielo
Como lirios de carne; tocas blancas
De pálidas novicias absorbidas
Risas de niños rubios; despedidas

Que envían los ancianos moribundos
A los seres queridos; arreboles
De los finos celajes errabundos
Por las ondas del éter; tornasoles
Que ostentan en sus alas las palomas
Al volar hacia el sol; verdes palmeras
De les desiertos africanos; gomas
Árabes en que duermen las quimeras;

Miradas de los pálidos dementes
Entre las flores del jardín; crespones
Con que se ocultan sus nevadas frentes
Las huérfanas; enjambres de ilusiones
Color de rosa que en su seno encierra
El alma que no hirió la desventura;

Arrebatadme al punto de la tierra,
Que estoy enfermo y solo y fatigado
Y deseo volar hacia la altura,
Porque allí debe estar lo que yo he amado.


II

Oso hambriento que vas por las montañas
Alfombradas de témpanos de hielo,
Ansioso de saciarte en las entrañas
Del viajador; relámpago del cielo
Que amenazas la vida del proscrito
En medio de la mar; hidra de Lerna
Armada de cabezas; infinito
Furor del dios que en líquida caverna

Un día habrá de devorarnos; hachas
Que segasteis los cuellos sonrosados
De las princesas inocentes; rachas
De vientos tempestuosos; afilados
Colmillos de las hienas escondidas
En las malezas; tenebrosos cuervos
Cernidos en los aires; homicidas
Balas que herís a los dormidos ciervos
Al borde de las fuertes pesadillas
Que pobláis el espíritu de espanto;

Fiebre que empalideces las mejillas
Y el cabello blanqueas; desencanto
Profunda de mi alma, despojada
Para siempre de humanas ambiciones;

Despedazad mi ser atormentado
Que cayó de las célicas regiones
Y devolvedme al seno de la nada...
¿Tampoco estará allí lo que yo he amado?





NOSTALGIAS
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;

donde la nieve que baja
del firmamento, amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de los ríos caudalosos
el rumor;

donde ostenta siempre el cielo,
color gris;
es más hermosa la luna
y cada estrella más que una
flor de lis


II

Otras veces sólo ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.

Ver otro cielo, otro monto,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.

¡Ah!, si yo un día pudiera,
con qué júbilo partiera
para Argel,
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.

Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el sol
que, con sus vivos destellos,
pone un tinte a los camellos
tornasol.

Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.

Cambiando de rumbo luego,
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.

Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora fragancia
que da el té.

De la luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón roto,
comienza la flor del loto
a brillar.

O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre
graba en sándalo o en cobre
o en marfil.

Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano archipiélago
a encallar.

A aquél en mi vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve,
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.

Así errabundo viviera
sintiendo toda quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.


III

Mas no parto. Si partiera,
al instante yo quisiera
regresar.

¡Ah! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?




TRISTISSIMA NOX


Noche de soledad. Rumor confuso
hacer el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas puso.

Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el cerebro iluso.

Mientras del sueño baja el firme amparo
todo yace dormido en la penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,

como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos alumbra
el vacío profundo de mi alma.




PAISAJE DEL TRÓPICO


Polvo y moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y, como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.

El mar sus hondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación rojiza.

El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,

el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.


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