jueves, 31 de diciembre de 2009

Hojas al Viento

La Habana, 1890.

Mis amores
Soneto Pompadour

Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.
Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas alemanas,
el rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la espesura,
del pebetero la fragante esencia,
y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen hermosura
la ensangrentada flor de su inocencia.



El arte

Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último Dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
el alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el Arte dichas ignoradas,
como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.



A los estudiantes

Víctimas de cruenta alevosía,
Doblasteis en la tierra vuestras frentes,
Como en los campos llenos de simientes
Palmas que troncha tempestad bravía.

Aún vagan en la atmósfera sombría
Vuestros últimos gritos inocentes,
Mezclados a los golpes estridentes
Del látigo que suena todavía.

¡Dormid en paz los sueños postrimeros
En el seno profundo de la nada,
Que nadie ha de venir a perturbaros;

Los que ayer no supieron defenderos
Sólo pueden, con alma resignada,
Soportar la vergüenza de lloraros!



El adiós del Polaco

Al pie de la blanca reja
De una entreabierta ventana,
Donde la luz se refleja
De la naciente mañana,

Está un polaco guerrero
Henchido de patrio ardor,
Dando así su adiós postrero
A la virgen de su amor.

-¿No escuchas el sonido
Del clarín estruendoso de batalla
Y el hórrido estampido
Del tronante cañón y la metralla?

¿No ves alzarse al cielo
Rojo vapor de sangre que aún humea,
Mezclándose en su vuelo
Al humo negro de incendiaria tea?

¿No ves las numerosas
Huestes bajar desde la cumbre al llano,
Hollando las hermosas
Flores que esparce pródigo el verano?


¿No ves a los tiranos
Desgarrar de la patria inmaculada,
Con infamantes manos,
La veste azul de perlas recamada?

Polonia, enardecida
Por el rigor de sus constantes penas,
Álzase decidida
A romper para siempre sus cadenas.

Al grito de venganza
Sus esforzados hijos valerosos,
Empuñando la lanza,
Se arrojan al combate presurosos.

Tu amor abandonando,
Audaz me lanzo a la feroz pelea,
Pobre paria buscando
Muerte a la luz de redentora idea.

Ni el tiempo ni la ausencia
Harán que olvide tu cariño tierno.
¡En la humana existencia
Sólo el primer amor es el eterno!

Adiós. Si de la gloria
A merecer no alcanzo los favores
Conserva en tu memoria
El recuerdo feliz de mis amores.

Dame el último beso
Con el postrer adiós de la partida,
Para llevarlo impreso
Hasta el postrer instante de la vida.

Dijo. La joven lo estrecha
En sus brazos, con pasión,
En llanto amargo deshecha,
Oprimido el corazón.

Veloz como el raudo viento,
Él al combate voló.
¡Siempre al patriótico acento
El amor enmudeció!



EL SUEÑO EN EL DESIERTO



Cuando el hijo salvaje del desierto

Ata su blanca yegua enflaquecida

Al fuerte tronco de gigante palma.


Y tregua dando a su mortal fatiga,

Cae en el lecho de tostada arena

Donde la luz reverberar se mira;

Sueña en los verdes campos anchurosos

En que se eleva la gallarda espiga

Dorada por el sol resplandeciente;

En la plácida fuente cristalina

Que le apaga la sed abrasadora;


En la tribu que forma su familia;

En el lejano oasis misterioso

Cuya frescura a descansar convida;


Y en el harem, poblado de mujeres

Bellas como la luz del mediodía,

Que entre nubes de aromas enervantes,

Prodigan al sultán dulces caricias.


Pero al salir del sueño venturoso

Sólo ve, dilatadas las pupilas,

Desierto, el arenal ilimitado.



EN EL MAR



Abierta al viento la turgente vela

Y las rojas banderas desplegadas,

Cruza el barco las ondas azuladas,

Dejando atrás fosforescente estela.


El sol, como lumínica rodela,

Aparece entre nubes nacaradas,

Y el pez, bajo las ondas sosegadas,

Como flecha de plata raudo vuela.


¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña

Por el largo sendero recorrido

La muda soledad del frío polo.


¿Qué me importa vivir en tierra extraña

O en la patria infeliz en que he nacido

Si en cualquier parte he de encontrarme solo?

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