jueves, 31 de diciembre de 2009
AUTORRETRATO
Nací en Cuba. El sendero de la vida
firme atravieso, con ligero paso,
sin que encorve mi espalda vigorosa
la carga abrumadora de los años.
Al pasar por las verdes alamedas,
cogido tiernamente de la mano,
mientras cortaba las fragantes flores
o bebía la lumbre de los astros,
vi la muerte, cual pérfido bandido,
abalanzarse rauda ante mi paso
y herir a mis amantes compañeros,
dejándome, en el mundo, solitario.
¡Cuán difícil me fue marchar sin guía!
¡Cuántos escollos ante mí se alzaron!
¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas!
y ¡cuán lóbregos todos los espacios!
¡Cuántas veces la estrella matutina
alumbró, con fulgores argentados, la huella ensangrentada que mi planta
Iba dejando, en los desiertos campos,
recorridos en noches tormentosas,
entre el fragor horrísono del rayo,
bajo las gotas frías de la lluvia
y a la luz funeral de los relámpagos!
mi juventud, herida ya de muerte,
empieza a agonizar entre mis brazos,
sin que la puedan reanimar mis besos,
sin que la puedan consolar mis cantos.
Y al ver, en su semblante cadavérico,
de sus pupilas el fulgor opaco
Igual al de un espejo en bruñido,
siento que el corazón sube a mis labios, cual si en mi pecho la rodilla hincara joven titán de miembros acerados.
Para olvidar entonces las tristezas
que, como nube de voraces pájaros
al fruto de oro entre las verdes ramas,
dejan mi corazón despedazado,
refúgiome del arte en los misterios
o de la hermosa aspasia entre los brazos.
Guardo siempre, en el fondo de mi alma,
cual hostia blanca en cáliz cincelado,
la purísima fe de mis mayores,
que por ella, en los tiempos legendarios,
subieron a la pira del martirio, con su firmeza heroica de cristianos,
La esperanza del cielo en las miradas y el perdón generoso entre los labios.
Mi espíritu, voluble y enfermizo,
lleno de la nostalgia del pasado,
Ora ansía el rumor de las batallas,
Ora la paz de silencioso claustro,
hasta que pueda despojarse un día
como un mendigo del postrer andrajo,
del pesar que dejaron en su seno los difuntos ensueños abortados.
Indiferente a todo lo visible,
ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío,
como si dentro de mi ser llevara
el cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo!
libre de abrumadoras ambiciones, soporto de la vida el rudo fardo,
porque me alienta el formidable orgullo
de vivir, ni envidioso ni envidiado,
persiguiendo fantásticas visiones,
mientras se arrastran otros por el fango
para extraer un átomo de oro
del fondo pestilente de un pantano.
RUBÉN DARÍO
Por Julian del Casal
Encuéntranse en el mundo algunos espíritus que, por un error del destino, se extravían de sendero al bajar a la tierra, y llegan a encarnarse en regiones extrañas a sus gustos, a sus cualidades y a sus aspiraciones. Son como estrellas errantes que, al cambiar de sitio, se desviasen de la bóveda celeste y fueran a perderse en el seno del mar. Desde que comienzan a desarrollarse, manifiestan una tendencia creciente a fundir el círculo de hierro que los rodea, a saltar por encima de las barreras que encuentran al paso, a morder los gustos de sus coterráneos y a estrujar los prejuicios de la opinión pública, dejándola que se retuerza, pálida y agonizante, sobre el charco de sangre que forman sus propias heridas. Mas como no se ametrallan impunemente las ideas incrustadas en el cerebro de las mayorías, los que tratan de llevar a cabo esta labor, ya lo hagan conscientemente, ya obedeciendo a impulsos superiores, suelen ser víctimas de su temeridad y se quedan aislados, en la picota del desprecio público, bajo la lluvia de afrenta de las cóleras populares. Si no saben ajustarse la coraza del desdén, para dejar que sobre su centro se estrellen las flechas empozoñadas de la opinión; si no tienen fe ciega en el ideal que persiguen, hasta el punto de poder encastillarse con él en la torre de marfil; si no saben prescindir en absoluto de las sanciones de la muchedumbre, y se limitan a conquistar el aplauso de las manos fraternales; su intento resultará vano, porque tendrán que resignarse a engrosar el montón anónimo, o, si aspiran a elevarse sobre el nivel común, se verán obligados a abjurar de sus dioses, a estrangular sus creencias y a marchar en caravana hacia la tierra de promisión. Pero si, por el contrario, están dotados de la fuerza misteriosa que infunde el amor a las ideas abstractas, fuerza que se nutre con la propia sangre, fuerza que respira en medio del bloqueo, fuerza que se acrecienta al sentir el primer ataque, fuerza que atrofia en el hombre los apetitos brutales, fuerza blancura de mármol, sino con blancura de legumbre, estilo mucilaginoso, con sabor tan insípido, como el de las pastillas de goma, espolvoreadas de azúcar, que se expenden en las farmacias. El de Darío tiene encanto propio y verdadera originalidad. El parisianismo de sus ideas, bajo la rudeza del habla española, adquiere un carácter exótico de inestimable valor. Dijérase, al leer sus párrafos, que se tienen ante la vista tapices de estilo oriental, pero tejidos con hilos de seda y hebras de cáñamo, con plumas de faisán y crines de pantera, con pelo de marta y cerda de jabalí. El tono suele ser el de los cuadros venecianos. Abundan los azules del Veronés, los oros del Ticiano, los rojos del Tintoreto y los atornasolados de Giorgione. Sus retratos literarios, como el de Valero Pujol, tiene la entonación de los de Velázquez, y sus paisajes, como Álbum de Chile, las medias tintas empleadas por los modernos paisajistas franceses. Mas se observa, sin embargo, que todo ha sido escrito bajo el cielo de los trópicos. Dentro hallará el lector vahos cálidos del mediodía, espejo de aguas dormidas, reverberación de arenas, cimbrar de palmas, hervor de cataratas, explosiones de corolas y alaridos de pasión. ¿Qué es Azul? Un estudio de pintor, hecho a la pluma, donde las miradas, como mariposas inquietas, revolotean de un extremo a otro, sin acertar a detenerse. La fantasía, el hada bienhechora del artista, lo ha decorado de joyas artísticas. Trasponed la fachada blanca, donde negra golondrina al fulgurar de prismática estrella, asciende al azul; cruzad el vestíbulo alfombrado, donde hallaréis, como guardias de honor, dos veteranos literarios y penetrad luego, sin vacilación alguna, en el feérico interior. ¿Qué os agrada más? ¿Será aquella tapicería medioeval, sobre cuyo fondo ceniciento se destaca la figura del Rey Burgués, con sus esclavas desnudas, con sus galgos alígeros, con sus trompas broncíneas y con su trovador moribundo en lo jardines? ¿O es aquel fresco antiguo, a la manera de Puvis de Chavannes, en que el Sátiro Sordo, coronado de pámpanos y erizado de vellos, corre lascivamente tras las ninfas desnudas, seguidos de la alondra o del asno? ¿No ansiáis reposar en el parque de aquel castillo, enarenado de oro, oloroso a flores primaverales y poblado de estatuas marmóreas, para ver a la Ninfa emergiendo del estanque de los cisnes? ¿Qué diréis de esa marina crepuscular, donde los lancheros narran, a la caída de la tarde, la historia del hijo del tío Lucas, aplastado por El Fardo? ¿Preferís oír, en la calle de los palacios de mármol, sombreada de álamos, al poeta hambriento que, con su traje haraposo y con su sombrero raído, entona la Canción del Oro, después de mordisquear un mendrugo de pan? ¿Os deleitan más los cuadros de género? Entrad en ese café parisiense, que parece dibujado por Forain, a la hora verde, donde improvisa El pájaro azul. Si nada os retiene todavía, mirad los cuadros panneaux que, bajo el rubro de El Año lírico, se encuentran en la parte central. Eugenio Delacroix hubiera firmado el que se denomina Estival. Aún os queda más que admirar. Escudriñando los rincones si queréis algo exótico, contemplad ese kakemono donde La Emperatriz de la China, bajo su quitasol nipones, con su dalmática de seda roja, bordada de dragones, muestra su sonrisa de ídolo entre un bosque de japonerías. Además encontraréis al paso, ya una estatua ecuestre de Caupolicán; ya un plato de porcelana, con una Venus moderna en el centro; ya una acuarela invernal, con brumas en el aire y nieve en la tierra; ya una serie de medallones, sobre cuyos fondos bronceados se destacan varios bustos modernos, entre ellos el de Walt Whitman, <(Con su soberbio rostro de emperador.» A. de Gilbert, título de otro libro de Darío, quien con muchos más ha enriquecido las arcas literarias de su país, es un volumen encantador. Allí ha trazado, con su pincel vigoroso de colorista y con sus procedimientos de fantaseador, la figura adorada de su hermano menor en letras, del Benjamín de la literatura chilena, de Pedro Balmaceda Toro, conocido en el mundo literario por el sobrenombre de A. de Gilbert. Es el poema en prosa de la amistad fraternal, engendrada por la más estrecha compenetración de ideas, de afectos y de aspiraciones. Al revés de lo que sucede en la vida real, se ve que el superviviente se esfuerza por encumbrar a su hermano desaparecido a las más altas cimas de la gloria, proyectando los resplandores de su genio sobre la obra del amigo fraternal y cubriendo su fosa de verdes lauros y dotadas siemprevivas. Viene a la fantasía, al doblar las páginas, la idea de que se recorre un jardín sembrado de flores olorosas, entre las que se levanta, bajo dosel de hojas verdes, estrellados de eléboros, euforbos y mandragoras, una estatuita de mármol negro que representa a un adolescente, con un libro blanco en las manos y una pluma de oro caída a los pies. Demandad la explicación a otro adolescente que se apoya melancólico en la verja del umbral. Pálido de angustia, bañadas las mejillas de lágrimas y tornadas las pupilas hacia el azul, os describirá el nido de raso en que conoció a aquel niño; os enumerará los sueños de gloria que, como pájaros heridos, bajaron con él a la tumba; os detallará el número de amigos que le rodeaban; os recitará de memoria párrafos de sus cartas íntimas; y os hablará, en fin, de cuanto se relacione con la existencia del glorioso desaparecido, basta que lo veáis como él. lo sintáis como él y lo lloréis como él. ¡Ojalá que el autor de este libro nos deleite pronto con los que tiene en preparación; que conserve siempre, como dice al final del último, sueño de gloria que lo libran de ser escéptico, de sentir el vahído siniestro del mal; y que cruce pronto el camino de peregrinación, viendo su miraje, en busca de la ciudad sagrada, donde está la princesa triste, en su torre de marfil...!
La Habana Literaria, noviembre 15 de 1891.
Encuéntranse en el mundo algunos espíritus que, por un error del destino, se extravían de sendero al bajar a la tierra, y llegan a encarnarse en regiones extrañas a sus gustos, a sus cualidades y a sus aspiraciones. Son como estrellas errantes que, al cambiar de sitio, se desviasen de la bóveda celeste y fueran a perderse en el seno del mar. Desde que comienzan a desarrollarse, manifiestan una tendencia creciente a fundir el círculo de hierro que los rodea, a saltar por encima de las barreras que encuentran al paso, a morder los gustos de sus coterráneos y a estrujar los prejuicios de la opinión pública, dejándola que se retuerza, pálida y agonizante, sobre el charco de sangre que forman sus propias heridas. Mas como no se ametrallan impunemente las ideas incrustadas en el cerebro de las mayorías, los que tratan de llevar a cabo esta labor, ya lo hagan conscientemente, ya obedeciendo a impulsos superiores, suelen ser víctimas de su temeridad y se quedan aislados, en la picota del desprecio público, bajo la lluvia de afrenta de las cóleras populares. Si no saben ajustarse la coraza del desdén, para dejar que sobre su centro se estrellen las flechas empozoñadas de la opinión; si no tienen fe ciega en el ideal que persiguen, hasta el punto de poder encastillarse con él en la torre de marfil; si no saben prescindir en absoluto de las sanciones de la muchedumbre, y se limitan a conquistar el aplauso de las manos fraternales; su intento resultará vano, porque tendrán que resignarse a engrosar el montón anónimo, o, si aspiran a elevarse sobre el nivel común, se verán obligados a abjurar de sus dioses, a estrangular sus creencias y a marchar en caravana hacia la tierra de promisión. Pero si, por el contrario, están dotados de la fuerza misteriosa que infunde el amor a las ideas abstractas, fuerza que se nutre con la propia sangre, fuerza que respira en medio del bloqueo, fuerza que se acrecienta al sentir el primer ataque, fuerza que atrofia en el hombre los apetitos brutales, fuerza blancura de mármol, sino con blancura de legumbre, estilo mucilaginoso, con sabor tan insípido, como el de las pastillas de goma, espolvoreadas de azúcar, que se expenden en las farmacias. El de Darío tiene encanto propio y verdadera originalidad. El parisianismo de sus ideas, bajo la rudeza del habla española, adquiere un carácter exótico de inestimable valor. Dijérase, al leer sus párrafos, que se tienen ante la vista tapices de estilo oriental, pero tejidos con hilos de seda y hebras de cáñamo, con plumas de faisán y crines de pantera, con pelo de marta y cerda de jabalí. El tono suele ser el de los cuadros venecianos. Abundan los azules del Veronés, los oros del Ticiano, los rojos del Tintoreto y los atornasolados de Giorgione. Sus retratos literarios, como el de Valero Pujol, tiene la entonación de los de Velázquez, y sus paisajes, como Álbum de Chile, las medias tintas empleadas por los modernos paisajistas franceses. Mas se observa, sin embargo, que todo ha sido escrito bajo el cielo de los trópicos. Dentro hallará el lector vahos cálidos del mediodía, espejo de aguas dormidas, reverberación de arenas, cimbrar de palmas, hervor de cataratas, explosiones de corolas y alaridos de pasión. ¿Qué es Azul? Un estudio de pintor, hecho a la pluma, donde las miradas, como mariposas inquietas, revolotean de un extremo a otro, sin acertar a detenerse. La fantasía, el hada bienhechora del artista, lo ha decorado de joyas artísticas. Trasponed la fachada blanca, donde negra golondrina al fulgurar de prismática estrella, asciende al azul; cruzad el vestíbulo alfombrado, donde hallaréis, como guardias de honor, dos veteranos literarios y penetrad luego, sin vacilación alguna, en el feérico interior. ¿Qué os agrada más? ¿Será aquella tapicería medioeval, sobre cuyo fondo ceniciento se destaca la figura del Rey Burgués, con sus esclavas desnudas, con sus galgos alígeros, con sus trompas broncíneas y con su trovador moribundo en lo jardines? ¿O es aquel fresco antiguo, a la manera de Puvis de Chavannes, en que el Sátiro Sordo, coronado de pámpanos y erizado de vellos, corre lascivamente tras las ninfas desnudas, seguidos de la alondra o del asno? ¿No ansiáis reposar en el parque de aquel castillo, enarenado de oro, oloroso a flores primaverales y poblado de estatuas marmóreas, para ver a la Ninfa emergiendo del estanque de los cisnes? ¿Qué diréis de esa marina crepuscular, donde los lancheros narran, a la caída de la tarde, la historia del hijo del tío Lucas, aplastado por El Fardo? ¿Preferís oír, en la calle de los palacios de mármol, sombreada de álamos, al poeta hambriento que, con su traje haraposo y con su sombrero raído, entona la Canción del Oro, después de mordisquear un mendrugo de pan? ¿Os deleitan más los cuadros de género? Entrad en ese café parisiense, que parece dibujado por Forain, a la hora verde, donde improvisa El pájaro azul. Si nada os retiene todavía, mirad los cuadros panneaux que, bajo el rubro de El Año lírico, se encuentran en la parte central. Eugenio Delacroix hubiera firmado el que se denomina Estival. Aún os queda más que admirar. Escudriñando los rincones si queréis algo exótico, contemplad ese kakemono donde La Emperatriz de la China, bajo su quitasol nipones, con su dalmática de seda roja, bordada de dragones, muestra su sonrisa de ídolo entre un bosque de japonerías. Además encontraréis al paso, ya una estatua ecuestre de Caupolicán; ya un plato de porcelana, con una Venus moderna en el centro; ya una acuarela invernal, con brumas en el aire y nieve en la tierra; ya una serie de medallones, sobre cuyos fondos bronceados se destacan varios bustos modernos, entre ellos el de Walt Whitman, <(Con su soberbio rostro de emperador.» A. de Gilbert, título de otro libro de Darío, quien con muchos más ha enriquecido las arcas literarias de su país, es un volumen encantador. Allí ha trazado, con su pincel vigoroso de colorista y con sus procedimientos de fantaseador, la figura adorada de su hermano menor en letras, del Benjamín de la literatura chilena, de Pedro Balmaceda Toro, conocido en el mundo literario por el sobrenombre de A. de Gilbert. Es el poema en prosa de la amistad fraternal, engendrada por la más estrecha compenetración de ideas, de afectos y de aspiraciones. Al revés de lo que sucede en la vida real, se ve que el superviviente se esfuerza por encumbrar a su hermano desaparecido a las más altas cimas de la gloria, proyectando los resplandores de su genio sobre la obra del amigo fraternal y cubriendo su fosa de verdes lauros y dotadas siemprevivas. Viene a la fantasía, al doblar las páginas, la idea de que se recorre un jardín sembrado de flores olorosas, entre las que se levanta, bajo dosel de hojas verdes, estrellados de eléboros, euforbos y mandragoras, una estatuita de mármol negro que representa a un adolescente, con un libro blanco en las manos y una pluma de oro caída a los pies. Demandad la explicación a otro adolescente que se apoya melancólico en la verja del umbral. Pálido de angustia, bañadas las mejillas de lágrimas y tornadas las pupilas hacia el azul, os describirá el nido de raso en que conoció a aquel niño; os enumerará los sueños de gloria que, como pájaros heridos, bajaron con él a la tumba; os detallará el número de amigos que le rodeaban; os recitará de memoria párrafos de sus cartas íntimas; y os hablará, en fin, de cuanto se relacione con la existencia del glorioso desaparecido, basta que lo veáis como él. lo sintáis como él y lo lloréis como él. ¡Ojalá que el autor de este libro nos deleite pronto con los que tiene en preparación; que conserve siempre, como dice al final del último, sueño de gloria que lo libran de ser escéptico, de sentir el vahído siniestro del mal; y que cruce pronto el camino de peregrinación, viendo su miraje, en busca de la ciudad sagrada, donde está la princesa triste, en su torre de marfil...!
La Habana Literaria, noviembre 15 de 1891.
Bustos y rimas
La Habana, 1893.
PÁGINAS DE VIDA
En la popa desierta del viejo barco Cubierto por un toldo de frías brumas, Mirando cada mástil doblarse en arco, Oyendo los fragores de las espumas;
Mientras daba la nave, tumbo tras tumbo, Encima de las ondas alborotadas, Cual si ansiosa estuviera de emprender rumbo Hacia remotas aguas nunca surcadas;
Sintiendo ya el delirio de los alcohólicos, En que ahogaba su llanto de despedida, Narrábame, en los tonos más melancólicos, Las páginas secretas de nuestra vida.
Yo soy como esas plantas que ignota mano Siembra un día en el surco por donde marcha, Ya para que la anime luz de verano, Ya para que la hiele frío de escarcha.
Llevado por el soplo del torbellino, Que cada día a extraño suelo me arroja, Entre las rudas zarzas de mi camino, Si no dejo un capullo, dejo una hoja.
Mas como nada espero lograr del hombre, Y en la bondad divina mi ser confía, Aunque llevo en el alma penas sin nombre No siento la nostalgia de la alegría.
¡Ígnea columna sigue mi paso cierto! ¡Salvadora creencia mi ánimo salva! Yo sé que tras las olas me aguarda el puerto Yo sé que tras la noche surgirá el alba.
Tú, en cambio, que doliente mi voz escuchas, Sólo el hastío llevas dentro del alma; Juzgándote vencido, por nada luchas, Y de ti se desprende siniestra calma.
Tienes en tu conciencia sinuosidades Donde se extraviaría mi pensamiento, Como al surcar del éter las soledades El águila en las nubes del firmamento.
Sé que ves en el mundo cosas pequeñas Y que por algo grande siempre suspiras; Mas no hay nada tan bello como lo sueñas, Ni es la vida tan triste como la miras.
Si hubiéramos más tiempo juntos vivido No nos fuera la ausencia tan dolorosa. ¡Tú cultivas tus males, yo el mío olvido! ¡Tú lo ves todo en negro, yo todo en rosa!
Quisiera estar contigo largos instantes, Pero a tu ardiente súplica ceder no puedo: ¡Hasta tus verdes ojos relampagueantes, Si me inspiran cariño, me infunden miedo!
Genio errante, vagando de clima en clima, Sigue el rastro fulgente de un espejismo, Con el ansia de alzarse siempre a la cima, Mas también con el vértigo que da el abismo.
Cada vez que en él pienso la calma pierdo, Palidecen los tintes de mi semblante, Y en mi alma se arraiga su fiel recuerdo Como en fosa sombría cardo punzante.
Doblegado en la tierra, luego de hinojos, Miro cuanto a mi lado gozoso existe; Y pregunto, con lágrimas en los ojos, ¿Por qué has hecho, ¡oh, Dios mío!, mi alma tan triste?
Crepuscular
Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.
Abrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.
Sourimono
Como rosadas flechas de aljabas de oro
vuelan los bambúes finos flamencos,
poblando de graznidos el bosque mudo,
rompiendo de la atmósfera los níveos velos.
El disco anaranjado del sol poniente
que sube tras la copa de arbusto seco,
finge un nimbo de oro que se desprende
del cráneo amarfilado de un bonzo yerto.
Y las ramas erguidas de los juncales
cabecean al borde de los riachuelos,
como el soplo del aura sobre la playa
los mástiles sin velas de esquifes viejos.
Las alamedas
Adoro las sombrías alamedas
donde el viento al silbar entre las hojas
oscuras de las verdes arboledas,
imita de un anciano las congojas;
donde todo reviste vago aspecto
y siente el alma que el silencio encanta,
más suave el canto del nocturno insecto,
más leve el ruido de la humana planta;
donde el caer de erguidos surtidores
las sierpes de agua en las marmóreas tazas,
ahogan con su canto los rumores
que aspira el viento en las ruidosas plazas;
donde todo se encuentra alodorido
o halla la savia de la vida acerba,
desde el gorrión que pía en su nido
hasta la brizna lánguida de yerba;
donde, al fulgor de pálidos luceros,
la sombra transparente del follaje
parece dibujar en los senderos
negras mantillas de sedoso encaje;
donde cuelgan las lluvias estivales
de curva rama diamantino arco,
teje la luz deslumbradores chales
y fulgura una estrella en cada charco.
Van allí, con sus tristes corazones,
pálidos seres de sonrisa mustia,
huérfanos para siempre de ilusiones
y desposados con la eterna angustia.
Allí, bajo la luz de las estrellas,
errar se mira al soñador sombrío
que en su faz lleva las candentes huellas
de la fiebre, el insomnio y el hastío.
Allí en un banco, humilde sacerdote
devora sus pesares solitarios,
como el marino que en desierto islote
echaron de la mar vientos contrarios.
Allí el mendigo, con la alforja al hombro,
doblado el cuello y las miradas bajas,
retratado en sus ojos el asombro,
rumia de los festines las migajas.
Allí una hermosa, con cendal de luto,
aprisionado por brillante joya,
de amor aguarda el férvido tributo
como una dama típica de Goya.
Allí del gas a las cobrizas llamas
no se descubren del placer los rastros
y a través del calado de las ramas
más dulce es la mirada de los astros.
Neurosis
Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.
Arde a sus plantas la chimenea
donde la leña chisporrotea
lanzando en tono seco rumor,
y alzada tiene su tapa el piano
en que vagaba su blanca mano
cual mariposa de flor en flor.
Un biombo rojo de seda china
abre sus hojas en una esquina
con grullas de oro volando en cruz,
y en curva mesa de fina laca
ardiente lámpara se destaca
de la que surge rosada luz.
Blanco abanico y azul sombrilla,
con unos guantes de cabritilla
yacen encima del canapé,
mientras en la tapa de porcelana,
hecha con tintes de la mañana,
humea el alma verde del té.
Pero ¿qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del gabinete
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un desliz?
¿Es que la rinde cruel anemia?
¿Es que en sus búcaros de Bohemia
rayos de luna quiere encerrar,
o que, con suave mano de seda,
del blanco cisne que ama Leda
ansía las plumas acariciar?
¡Ay! es que en horas de desvarío
para consuelo del regio hastío
que en su alma esparce quietud mortal,
un sueño antiguo le ha aconsejdo
beber en copa de ónix labrado
la roja sangre de un tigre real.
En el campo
Tengo el impuro amor de las ciudades,
y a este sol que ilumina las edades
prefiero yo del gas las claridades.
A mis sentidos lánguidos arroba,
más que el olor de un bosque de caoba,
el ambiente enfermizo de una alcoba.
Mucho más que las selvas tropicales,
plácenme los sombríos arrabales
que encierran las vetustas capitales.
A la flor que se abre en el sendero,
como si fuese terrenal lucero,
olvido por la flor de invernadero.
Más que la voz del pájaro en la cima
de un árbol todo en flor, a mi alma anima
la música armoniosa de una rima.
Nunca a mi corazón tanto enamora
el rostro virginal de una pastora
como un rostro de regia pecadora.
Al oro de las mies en primavera,
yo siempre en mi capricho prefiriera
el oro de teñida cabellera.
No cambiara sedosas muselinas
por los velos de nítidas neblinas
que la mañana prende en las colinas.
Más que al raudal que baja de la cumbre,
quiero oír a la humana muchedumbre
gimiendo en su perpetua servidumbre.
El rocío que brilla en la montaña
no ha podido decir a mi alma extraña
lo que el llanto al bañar una pestaña.
Y el fulgor de los astros rutilantes
no trueco por los vívidos cambiantes
del ópalo la perla o los diamantes.
Tardes de lluvia
Bate la lluvia la vidriera
y las rejas de los balcones,
donde tupida enredadera
cuelga sus floridos festones.
Bajo las hojas de los álamos
que estremecen los vientos frescos,
piar se escucha entre sus tálamos
a los gorriones picarescos.
Abrillántase los laureles,
y en la arena de los jardines
sangran corolas de claveles,
nievan pétalos de jazmines.
Al último fulgor del día
que aún el espacio gris clarea,
abre su botón la peonía,
cierra su cáliz la ninfea.
Cual los esquifes en la rada
y reprimiendo sus arranques,
duermen los cisnes en bandada
a la margen de los estanques.
Parpadean las rojas llamas
de los faroles encendidos,
y se difunden por las ramas
acres olores de los nidos.
Lejos convoca la campana,
dando sus toques funerales,
a que levante el alma humana
las oraciones vesperales.
Todo parece que agoniza
y que se envuelve lo creado
en un sudario de ceniza
por la llovizna adiamantado.
Yo creo oír lejanas voces
que, surgiendo de lo infinito,
inícianme en extraños goces
fuera del mundo en que me agito.
Veo pupilas que en las brumas
dirígenme tiernas miradas,
como si de mis ansias sumas
ya se encontrasen apiadadas.
Y, a la muerte de estos crepúsculos,
siento, sumido en mortal calma,
vagos dolores en los múscolos,
hondas tristezas en el alma.
Ruego
Déjame reposar en tu regazo el corazón, dónde se encuentra impreso el cálido perfume de tu beso y la presión de tu primer abrazo.
Caí del mal en el potente lazo, pero a tu lado en libertad regreso, como retorna un día el cisne preso al blando nido del natal ribazo.
Quiero en ti recobrar perdida calma y rendirme en tus labios carmesíes, o al extasiarme en tus pupilas bellas,
sentir en las tinieblas de mi alma como vago perfume de alelíes, como cercana irradiación de estrellas.
A UN HÉROE
Como galeón de izadas banderolas que arrastra de la mar por los eriales su vientre hinchado de oro y de corales, con rumbo hacia las playas españolas, y, al arrojar el áncora en las olas del puerto ansiado, ve plagas mortales despoblar los vetustos arrabales vacío el muelle y las orillas solas; así al tornar de costas extranjeras, cargado de magnánimas quimeras, a enardecer tus compañeros bravos, hallas sólo que luchan sin decoro espíritus famélicos de oro imperando entre míseros esclavos.
PÁGINAS DE VIDA
En la popa desierta del viejo barco Cubierto por un toldo de frías brumas, Mirando cada mástil doblarse en arco, Oyendo los fragores de las espumas;
Mientras daba la nave, tumbo tras tumbo, Encima de las ondas alborotadas, Cual si ansiosa estuviera de emprender rumbo Hacia remotas aguas nunca surcadas;
Sintiendo ya el delirio de los alcohólicos, En que ahogaba su llanto de despedida, Narrábame, en los tonos más melancólicos, Las páginas secretas de nuestra vida.
Yo soy como esas plantas que ignota mano Siembra un día en el surco por donde marcha, Ya para que la anime luz de verano, Ya para que la hiele frío de escarcha.
Llevado por el soplo del torbellino, Que cada día a extraño suelo me arroja, Entre las rudas zarzas de mi camino, Si no dejo un capullo, dejo una hoja.
Mas como nada espero lograr del hombre, Y en la bondad divina mi ser confía, Aunque llevo en el alma penas sin nombre No siento la nostalgia de la alegría.
¡Ígnea columna sigue mi paso cierto! ¡Salvadora creencia mi ánimo salva! Yo sé que tras las olas me aguarda el puerto Yo sé que tras la noche surgirá el alba.
Tú, en cambio, que doliente mi voz escuchas, Sólo el hastío llevas dentro del alma; Juzgándote vencido, por nada luchas, Y de ti se desprende siniestra calma.
Tienes en tu conciencia sinuosidades Donde se extraviaría mi pensamiento, Como al surcar del éter las soledades El águila en las nubes del firmamento.
Sé que ves en el mundo cosas pequeñas Y que por algo grande siempre suspiras; Mas no hay nada tan bello como lo sueñas, Ni es la vida tan triste como la miras.
Si hubiéramos más tiempo juntos vivido No nos fuera la ausencia tan dolorosa. ¡Tú cultivas tus males, yo el mío olvido! ¡Tú lo ves todo en negro, yo todo en rosa!
Quisiera estar contigo largos instantes, Pero a tu ardiente súplica ceder no puedo: ¡Hasta tus verdes ojos relampagueantes, Si me inspiran cariño, me infunden miedo!
Genio errante, vagando de clima en clima, Sigue el rastro fulgente de un espejismo, Con el ansia de alzarse siempre a la cima, Mas también con el vértigo que da el abismo.
Cada vez que en él pienso la calma pierdo, Palidecen los tintes de mi semblante, Y en mi alma se arraiga su fiel recuerdo Como en fosa sombría cardo punzante.
Doblegado en la tierra, luego de hinojos, Miro cuanto a mi lado gozoso existe; Y pregunto, con lágrimas en los ojos, ¿Por qué has hecho, ¡oh, Dios mío!, mi alma tan triste?
Crepuscular
Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de espumas, salitre y yodo.
Abrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento ladrando sobre las rocas.
Sourimono
Como rosadas flechas de aljabas de oro
vuelan los bambúes finos flamencos,
poblando de graznidos el bosque mudo,
rompiendo de la atmósfera los níveos velos.
El disco anaranjado del sol poniente
que sube tras la copa de arbusto seco,
finge un nimbo de oro que se desprende
del cráneo amarfilado de un bonzo yerto.
Y las ramas erguidas de los juncales
cabecean al borde de los riachuelos,
como el soplo del aura sobre la playa
los mástiles sin velas de esquifes viejos.
Las alamedas
Adoro las sombrías alamedas
donde el viento al silbar entre las hojas
oscuras de las verdes arboledas,
imita de un anciano las congojas;
donde todo reviste vago aspecto
y siente el alma que el silencio encanta,
más suave el canto del nocturno insecto,
más leve el ruido de la humana planta;
donde el caer de erguidos surtidores
las sierpes de agua en las marmóreas tazas,
ahogan con su canto los rumores
que aspira el viento en las ruidosas plazas;
donde todo se encuentra alodorido
o halla la savia de la vida acerba,
desde el gorrión que pía en su nido
hasta la brizna lánguida de yerba;
donde, al fulgor de pálidos luceros,
la sombra transparente del follaje
parece dibujar en los senderos
negras mantillas de sedoso encaje;
donde cuelgan las lluvias estivales
de curva rama diamantino arco,
teje la luz deslumbradores chales
y fulgura una estrella en cada charco.
Van allí, con sus tristes corazones,
pálidos seres de sonrisa mustia,
huérfanos para siempre de ilusiones
y desposados con la eterna angustia.
Allí, bajo la luz de las estrellas,
errar se mira al soñador sombrío
que en su faz lleva las candentes huellas
de la fiebre, el insomnio y el hastío.
Allí en un banco, humilde sacerdote
devora sus pesares solitarios,
como el marino que en desierto islote
echaron de la mar vientos contrarios.
Allí el mendigo, con la alforja al hombro,
doblado el cuello y las miradas bajas,
retratado en sus ojos el asombro,
rumia de los festines las migajas.
Allí una hermosa, con cendal de luto,
aprisionado por brillante joya,
de amor aguarda el férvido tributo
como una dama típica de Goya.
Allí del gas a las cobrizas llamas
no se descubren del placer los rastros
y a través del calado de las ramas
más dulce es la mirada de los astros.
Neurosis
Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.
Arde a sus plantas la chimenea
donde la leña chisporrotea
lanzando en tono seco rumor,
y alzada tiene su tapa el piano
en que vagaba su blanca mano
cual mariposa de flor en flor.
Un biombo rojo de seda china
abre sus hojas en una esquina
con grullas de oro volando en cruz,
y en curva mesa de fina laca
ardiente lámpara se destaca
de la que surge rosada luz.
Blanco abanico y azul sombrilla,
con unos guantes de cabritilla
yacen encima del canapé,
mientras en la tapa de porcelana,
hecha con tintes de la mañana,
humea el alma verde del té.
Pero ¿qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del gabinete
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un desliz?
¿Es que la rinde cruel anemia?
¿Es que en sus búcaros de Bohemia
rayos de luna quiere encerrar,
o que, con suave mano de seda,
del blanco cisne que ama Leda
ansía las plumas acariciar?
¡Ay! es que en horas de desvarío
para consuelo del regio hastío
que en su alma esparce quietud mortal,
un sueño antiguo le ha aconsejdo
beber en copa de ónix labrado
la roja sangre de un tigre real.
En el campo
Tengo el impuro amor de las ciudades,
y a este sol que ilumina las edades
prefiero yo del gas las claridades.
A mis sentidos lánguidos arroba,
más que el olor de un bosque de caoba,
el ambiente enfermizo de una alcoba.
Mucho más que las selvas tropicales,
plácenme los sombríos arrabales
que encierran las vetustas capitales.
A la flor que se abre en el sendero,
como si fuese terrenal lucero,
olvido por la flor de invernadero.
Más que la voz del pájaro en la cima
de un árbol todo en flor, a mi alma anima
la música armoniosa de una rima.
Nunca a mi corazón tanto enamora
el rostro virginal de una pastora
como un rostro de regia pecadora.
Al oro de las mies en primavera,
yo siempre en mi capricho prefiriera
el oro de teñida cabellera.
No cambiara sedosas muselinas
por los velos de nítidas neblinas
que la mañana prende en las colinas.
Más que al raudal que baja de la cumbre,
quiero oír a la humana muchedumbre
gimiendo en su perpetua servidumbre.
El rocío que brilla en la montaña
no ha podido decir a mi alma extraña
lo que el llanto al bañar una pestaña.
Y el fulgor de los astros rutilantes
no trueco por los vívidos cambiantes
del ópalo la perla o los diamantes.
Tardes de lluvia
Bate la lluvia la vidriera
y las rejas de los balcones,
donde tupida enredadera
cuelga sus floridos festones.
Bajo las hojas de los álamos
que estremecen los vientos frescos,
piar se escucha entre sus tálamos
a los gorriones picarescos.
Abrillántase los laureles,
y en la arena de los jardines
sangran corolas de claveles,
nievan pétalos de jazmines.
Al último fulgor del día
que aún el espacio gris clarea,
abre su botón la peonía,
cierra su cáliz la ninfea.
Cual los esquifes en la rada
y reprimiendo sus arranques,
duermen los cisnes en bandada
a la margen de los estanques.
Parpadean las rojas llamas
de los faroles encendidos,
y se difunden por las ramas
acres olores de los nidos.
Lejos convoca la campana,
dando sus toques funerales,
a que levante el alma humana
las oraciones vesperales.
Todo parece que agoniza
y que se envuelve lo creado
en un sudario de ceniza
por la llovizna adiamantado.
Yo creo oír lejanas voces
que, surgiendo de lo infinito,
inícianme en extraños goces
fuera del mundo en que me agito.
Veo pupilas que en las brumas
dirígenme tiernas miradas,
como si de mis ansias sumas
ya se encontrasen apiadadas.
Y, a la muerte de estos crepúsculos,
siento, sumido en mortal calma,
vagos dolores en los múscolos,
hondas tristezas en el alma.
Ruego
Déjame reposar en tu regazo el corazón, dónde se encuentra impreso el cálido perfume de tu beso y la presión de tu primer abrazo.
Caí del mal en el potente lazo, pero a tu lado en libertad regreso, como retorna un día el cisne preso al blando nido del natal ribazo.
Quiero en ti recobrar perdida calma y rendirme en tus labios carmesíes, o al extasiarme en tus pupilas bellas,
sentir en las tinieblas de mi alma como vago perfume de alelíes, como cercana irradiación de estrellas.
A UN HÉROE
Como galeón de izadas banderolas que arrastra de la mar por los eriales su vientre hinchado de oro y de corales, con rumbo hacia las playas españolas, y, al arrojar el áncora en las olas del puerto ansiado, ve plagas mortales despoblar los vetustos arrabales vacío el muelle y las orillas solas; así al tornar de costas extranjeras, cargado de magnánimas quimeras, a enardecer tus compañeros bravos, hallas sólo que luchan sin decoro espíritus famélicos de oro imperando entre míseros esclavos.
Nieve
La Habana, 1892.
La agonía de Petronio
Tendido en la bañera de alabastro
donde serpea el purpurino rastro
de la sangre que corre de sus venas,
yace Petronio, el bardo decadente,
mostrando coronada la ancha frente
de rosas, terebintos y azucenas.
Mientras los magistrados le interrogan,
sus jóvenes discípulos dialogan
o recitan sus dáctilos de oro,
y al ver que aquéllos en tropel se alejan
ante el maestro ensangrentado dejan
caer las gotas de su amargo lloro.
Envueltas en sus peplos vaporosos
y tendidos los cuerpos voluptuosos
en la muelle extensión de los triclinios,
alrededor, sombrías y livianas,
agrúpanse las bellas cortesanas
que habitan del imperio en los dominios.
Desde el baño fragante en que aún respira,
el bardo pensativo las admira,
fija en la más hermosa la mirada
y le demanda, con arrullo tierno,
la postrimera copa de falerno
por sus marmóreas manos escanciada.
Apurando el licor hasta las heces,
enciende las mortales palideces
que oscurecían su viril semblante,
y volviendo los ojos inflamados
a sus fieles discípulos amados
háblales triste en el postrer instante,
hasta que heló su voz mortal gemido,
amarilleó su rostro consumido,
frío sudor humedeció su frente,
amoratáronse sus labios rojos,
densa nube empañó sus claros ojos,
el pensamiento abandonó su mente.
Y como se doblega el mustio nardo,
dobló su cuello el moribundo bardo,
libre por siempre de mortales penas
aspirando en su lánguida postura
del agua perfumada la frescura
y el olor de la sangre de sus venas.
Elena
Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas.
Cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de Ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido horizonte,
irguiendo un lirio en la rosada mano.
Una maja
Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.
Pañolón de Manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando el paso.
Paisaje espiritual
Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
mi la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.
Flores
Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la blasfemia.
Vespertino
I
Agoniza la luz. Sobre los verdes
montes alzados entre brumas grises,
parpadea el lucero de la tarde
cual la pupila de doliente virgen
en la hora final. El firmamento
que se despoja de brillantes tintes
aseméjase a un ópalo grandioso
engastado en los negros arrecifes
de la playa desierta. Hasta la arena
se va poniendo negra. La onda gime
por la muerte del sol y se adormece
lanzando al viento sus clamores tristes.
II
En un jardín, las áureas mariposas
embriagadas están por los sutiles
aromas de los cálices abiertos
que el sol espolvoreaba de rubíes,
esmeraldas, topacios, amatistas
y zafiros. Encajes invisibles
extienden en silencio las arañas
por las ramas nudosas de las vides
cuajadas de racimos. Aletean
los flamencos rosados que se irguen
después de picotear las fresas rojas
nacidas entre pálidos jazmines.
Graznan los pavos reales.
Y en un banco
de mármoles bruñidos, que recibe
la sombra de los árboles coposos,
un joven soñador está muy triste,
viendo que el aura arroja en un estanque
jaspeado de metálicos matices,
los pétalos fragantes de los lirios
y las plumas sedosas de los cisnes.
Nostalgias
I
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;
donde la nieve que baja
del firmamento, amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de ríos caudalosos
el rumor;
donde ostenta siempre el cielo,
a través del aéreo velo,
color gris;
es más hermosa la luna
y cada estrella más que una
flor de lis.
II
Otras veces sólo ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.
¡Ah! si yo un día pudiera
con qué júbilo partiera
para Argel,
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.
Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el sol
que, con sus vivos destellos,
pone un tinte a los camellos
tornasol.
Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.
Cambiando de rumbo luego,
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.
Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora fragancia
que da el té.
De la luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón rojo,
comienza la flor de loto
a brillar.
O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre,
graba en sándalo o en cobre
o en marfíl.
Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano archipiélago
a encallar.
A aquél en que vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
sintiendo todo quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.
III
Mas no parto. Si partiera
al instante yo quisiera
regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?
Flores de éter
A la memoria de Luis II de Baviera
Rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve,
¿en qué mundo tu espíritu mora?
¿Sobre qué cimas sus alas mueve?
¿Vive con diosas en una estrella
como guerrero con sus cautivas,
o está en la tumba - blanca doncella
bajo coronas de siemprevivas?...
Aún eras niño, cuando sentías,
como legado de tus mayores,
esas tempranas melancolías
de los espíritus soñadores,
y huyendo lejos de los palacios
donde veías morir tu infancia,
te remontabas a los espacios
en que esparcíase la fragancia
de los sueños que, hora tras hora,
minado fueron tu vida breve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Si así tu alma gozar quería
y a otras regiones arrebatarte,
en bajel tuvo: la Fantasía,
y un mar espléndido: el mar del Arte.
¡Cómo veías sobre sus ondas
temblar las luces de nuevos astros
que te guiaban a las Golcondas
donde no hallabas del hombre rastros;
y allí sintiendo raros deleites
tu alma encontraba deliquios santos,
como en los tintes de los afeites
las cortesanas frescos encantos!
Por eso mi alma la tuya adora
y recordándola se conmueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Colas abiertas de pavos reales,
róseos flamencos en la arboleda,
fríos crepúsculos matinales,
áureos dragones en roja seda,
verdes luciérnagas en las lilas,
plumas de cisnes alabastrinos,
sonidos vagos de las esquilas,
sobre hombros blancos encajes finos,
vapor de lago dormido en calma,
mirtos fragantes, nupciales tules,
nada más bello fue que tu alma
hecha de vagas nieblas azules
y que a la mía sólo enamora
de las del siglo décimo nueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Aunque sentiste sobre tu cuna
caer los dones de la existencia,
tú no gozaste de dicha alguna
más que en los brazos de la Demencia.
Halo llevabas de poesía
y más que el brillo de tu corona
a los extraños les atraía
lo misterioso de tu persona
que apasionaba nobles mancebos,
porque ostentabas en formas bellas
la gallardía de los efebos
con el recato de las doncellas.
Tedio profundo de la existencia,
sed de lo extraño que nos tortura,
de viejas razas mortales herencia,
de realidades afrenta impura,
visión sangrienta de la neurosis,
deliscuescencia de las pasiones,
entre fulgores de apoteosis
tu alma llevaron a otras regiones
donde gloriosa ciérnese ahora
y eterna dicha sobre ella llueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
AUTORRETRATO
Nací en Cuba. El sendero de la vida Firme atravieso, con ligero paso, Sin que encorve mi espalda vigorosa La carga abrumadora de los años. Al pasar por las verdes alamedas, Cogido tiernamente de la mano, Mientras cortaba las fragantes flores O bebía la lumbre de los astros, Vi la Muerte, cual pérfido bandido, Abalanzarse rauda ante mi paso Y herir a mis amantes compañeros, Dejándome, en el mundo, solitario. ¡Cuán difícil me fue marchar sin guía! ¡Cuántos escollos ante mí se alzaron! ¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas! Y ¡cuán lóbregos todos los espacios! ¡Cuántas veces la estrella matutina Alumbró, con fulgores argentados, La huella ensangrentada que mi planta Iba dejando, en los desiertos campos, Recorridos en noches tormentosas, Entre el fragor horrísono del rayo, Bajo las gotas frías de la lluvia Y a la luz funeral de los relámpagos! Mi juventud, herida ya de muerte, Empieza a agonizar entre mis brazos, Sin que la puedan reanimar mis besos, Sin que la puedan consolar mis cantos. Y al ver, en su semblante cadavérico, De sus pupilas el fulgor opaco --Igual al de un espejo en bruñido--, Siento que el corazón sube a mis labios, Cual si en mi pecho la rodilla hincara Joven titán de miembros acerados. Para olvidar entonces las tristezas Que, como nube de voraces pájaros Al fruto de oro entre las verdes ramas, Dejan mi corazón despedazado, Refúgiome del Arte en los misterios O de la hermosa Aspasia entre los brazos. Guardo siempre, en el fondo de mi alma, Cual hostia blanca en cáliz cincelado, La purísima fe de mis mayores, Que por ella, en los tiempos legendarios, Subieron a la pira del martirio, Con su firmeza heroica de cristianos, La esperanza del cielo en las miradas Y el perdón generoso entre los labios. Mi espíritu, voluble y enfermizo, Lleno de la nostalgia del pasado, Ora ansía el rumor de las batallas, Ora la paz de silencioso claustro, Hasta que pueda despojarse un día --Como un mendigo del postrer andrajo--, Del pesar que dejaron en su seno Los difuntos ensueños abortados. Indiferente a todo lo visible, Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío, Como si dentro de mi ser llevara El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo! Libre de abrumadoras ambiciones, Soporto de la vida el rudo fardo, Porque me alienta el formidable orgullo De vivir, ni envidioso ni envidiado, Persiguiendo fantásticas visiones, Mientras se arrastran otros por el fango Para extraer un átomo de oro Del fondo pestilente de un pantano.
INTRODUCCION
Árbol de mi pensamiento Lanza tus hojas al viento Del olvido, Que, al volver las primaveras, Harán en ti las quimeras Nuevo nido; Y saldrán de entre tus hojas, En vez de amargas congojas, Las canciones Que en otro mayo tuvisteis, Para consuelo de tristes Corazones.
EL CAMINO DE DAMASCO
Lejos brilla el Jordán de azules ondas que esmalta el Sol de lentejuelas de oro, atravesando las tupidas frondas, pabellón verde del bronceado toro. Del majestuoso Líbano en la cumbre erige su ramaje el cedro altivo, y del día estival bajo la lumbre desmaya en los senderos el olivo. Piafar se escuchan árabes caballos que, a través de la cálida arboleda, van levantando con su férreos callos, en la ancha ruta, opaca polvareda. Desde el confín de las lejanas costas, sombreadas por los ásperos nopales, enjambres purpurinos de langostas vuelan a los ardientes arenales. Ábrense en las llanuras las cavernas pobladas de escorpiones encarnados, y al borde de las límpidas cisternas embalsaman el aire los granados. En fogoso corcel de crines blancas, lomo robusto, refulgente casco, belfo espumante y sudorosas ancas, marcha por el camino de Damasco. Saulo, eleva su bruñida lanza que, a los destellos de la luz febea, mientras el bruto relinchando avanza, entre nubes de polvo centellea. Tras las hojas de oscuros olivares mira de la ciudad los minaretes, y encima de los negros almenares ondear los azulados gallardetes. Súbito, desde lóbrego celaje que desgarró la luz de hórrido rayo, oye la voz de célico mensaje, cae transido de mortal desmayo, bajo el corcel ensangrentado rueda, su lanza estalla con vibrar sonoro y, a los reflejos de la luz, remeda sierpe de fuego con escamas de oro.
BLANCO Y NEGRO
Sonrisas de las vírgenes difuntas En, ataúd de blanco terciopelo Recamado de oro; manos juntas Que os eleváis hacia el azul del cielo Como lirios de carne; tocas blancas De pálidas novicias absorbidas Risas de niños rubios; despedidas Que envían los ancianos moribundos A los seres queridos; arreboles De los finos celajes errabundos Por las ondas del éter; tornasoles Que ostentan en sus alas las palomas Al volar hacia el sol; verdes palmeras De les desiertos africanos; gomas Árabes en que duermen las quimeras; Miradas de los pálidos dementes Entre las flores del jardín; crespones Con que se ocultan sus nevadas frentes Las huérfanas; enjambres de ilusiones Color de rosa que en su seno encierra El alma que no hirió la desventura; Arrebatadme al punto de la tierra, Que estoy enfermo y solo y fatigado Y deseo volar hacia la altura, Porque allí debe estar lo que yo he amado. II Oso hambriento que vas por las montañas Alfombradas de témpanos de hielo, Ansioso de saciarte en las entrañas Del viajador; relámpago del cielo Que amenazas la vida del proscrito En medio de la mar; hidra de Lerna Armada de cabezas; infinito Furor del dios que en líquida caverna Un día habrá de devorarnos; hachas Que segasteis los cuellos sonrosados De las princesas inocentes; rachas De vientos tempestuosos; afilados Colmillos de las hienas escondidas En las malezas; tenebrosos cuervos Cernidos en los aires; homicidas Balas que herís a los dormidos ciervos Al borde de las fuertes pesadillas Que pobláis el espíritu de espanto; Fiebre que empalideces las mejillas Y el cabello blanqueas; desencanto Profunda de mi alma, despojada Para siempre de humanas ambiciones; Despedazad mi ser atormentado Que cayó de las célicas regiones Y devolvedme al seno de la nada... ¿Tampoco estará allí lo que yo he amado?
NOSTALGIAS
Suspiro por las regiones donde vuelan los alciones sobre el mar, y el soplo helado del viento parece en su movimiento sollozar; donde la nieve que baja del firmamento, amortaja el verdor de los campos olorosos y de los ríos caudalosos el rumor; donde ostenta siempre el cielo, color gris; es más hermosa la luna y cada estrella más que una flor de lis II Otras veces sólo ansío bogar en firme navío a existir en algún país remoto, sin pensar en el ignoto porvenir. Ver otro cielo, otro monto, otra playa, otro horizonte, otro mar, otros pueblos, otras gentes de maneras diferentes de pensar. ¡Ah!, si yo un día pudiera, con qué júbilo partiera para Argel, donde tiene la hermosura el color y la frescura de un clavel. Después fuera en caravana por la llanura africana bajo el sol que, con sus vivos destellos, pone un tinte a los camellos tornasol. Y cuando el día expirara mi árabe tienda plantara en mitad de la llanura ardorosa inundada de radiosa claridad. Cambiando de rumbo luego, dejara el país del fuego para ir hasta el imperio florido en que el opio da el olvido del vivir. Vegetara allí contento de alto bambú corpulento junto al pie, o aspirando en rica estancia la embriagadora fragancia que da el té. De la luna al claro brillo iría al Río Amarillo a esperar la hora en que, el botón roto, comienza la flor del loto a brillar. O mi vista deslumbrara tanta maravilla rara que el buril de artista, ignorado y pobre graba en sándalo o en cobre o en marfil. Cuando tornara el hastío en el espíritu mío a reinar, cruzando el inmenso piélago fuera a taitiano archipiélago a encallar. A aquél en mi vieja historia asegura a mi memoria que se ve, el lago en que un hada peina los cabellos de la reina Pomaré. Así errabundo viviera sintiendo toda quimera rauda huir, y hasta olvidando la hora incierta y aterradora de morir. III Mas no parto. Si partiera, al instante yo quisiera regresar. ¡Ah! ¿Cuándo querrá el destino que yo pueda en mi camino reposar?
TRISTISSIMA NOX
Noche de soledad. Rumor confuso hacer el viento surgir de la arboleda, donde su red de transparente seda grisácea araña entre las hojas puso. Del horizonte hasta el confín difuso la onda marina sollozando rueda y, con su forma insólita, remeda tritón cansado ante el cerebro iluso. Mientras del sueño baja el firme amparo todo yace dormido en la penumbra, sólo mi pensamiento vela en calma, como la llama de escondido faro que con sus rayos fúlgidos alumbra el vacío profundo de mi alma.
PAISAJE DEL TRÓPICO
Polvo y moscas. Atmósfera plomiza donde retumba el tabletear del trueno y, como cisnes entre inmundo cieno, nubes blancas en cielo de ceniza. El mar sus hondas glaucas paraliza, y el relámpago, encima de su seno, del horizonte en el confín sereno traza su rauda exhalación rojiza. El árbol soñoliento cabecea, honda calma se cierne largo instante, hienden el aire rápidas gaviotas, el rayo en el espacio centellea, y sobre el dorso de la tierra humeante baja la lluvia en crepitantes gotas.
La agonía de Petronio
Tendido en la bañera de alabastro
donde serpea el purpurino rastro
de la sangre que corre de sus venas,
yace Petronio, el bardo decadente,
mostrando coronada la ancha frente
de rosas, terebintos y azucenas.
Mientras los magistrados le interrogan,
sus jóvenes discípulos dialogan
o recitan sus dáctilos de oro,
y al ver que aquéllos en tropel se alejan
ante el maestro ensangrentado dejan
caer las gotas de su amargo lloro.
Envueltas en sus peplos vaporosos
y tendidos los cuerpos voluptuosos
en la muelle extensión de los triclinios,
alrededor, sombrías y livianas,
agrúpanse las bellas cortesanas
que habitan del imperio en los dominios.
Desde el baño fragante en que aún respira,
el bardo pensativo las admira,
fija en la más hermosa la mirada
y le demanda, con arrullo tierno,
la postrimera copa de falerno
por sus marmóreas manos escanciada.
Apurando el licor hasta las heces,
enciende las mortales palideces
que oscurecían su viril semblante,
y volviendo los ojos inflamados
a sus fieles discípulos amados
háblales triste en el postrer instante,
hasta que heló su voz mortal gemido,
amarilleó su rostro consumido,
frío sudor humedeció su frente,
amoratáronse sus labios rojos,
densa nube empañó sus claros ojos,
el pensamiento abandonó su mente.
Y como se doblega el mustio nardo,
dobló su cuello el moribundo bardo,
libre por siempre de mortales penas
aspirando en su lánguida postura
del agua perfumada la frescura
y el olor de la sangre de sus venas.
Elena
Luz fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas flechas.
Cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de Ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido horizonte,
irguiendo un lirio en la rosada mano.
Una maja
Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de entre el granizo.
Pañolón de Manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la seguidilla,
perfumes enervantes dejando el paso.
Paisaje espiritual
Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
mi la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento
el hastío glacial de la existencia
y el horror infinito de la muerte.
Flores
Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la blasfemia.
Vespertino
I
Agoniza la luz. Sobre los verdes
montes alzados entre brumas grises,
parpadea el lucero de la tarde
cual la pupila de doliente virgen
en la hora final. El firmamento
que se despoja de brillantes tintes
aseméjase a un ópalo grandioso
engastado en los negros arrecifes
de la playa desierta. Hasta la arena
se va poniendo negra. La onda gime
por la muerte del sol y se adormece
lanzando al viento sus clamores tristes.
II
En un jardín, las áureas mariposas
embriagadas están por los sutiles
aromas de los cálices abiertos
que el sol espolvoreaba de rubíes,
esmeraldas, topacios, amatistas
y zafiros. Encajes invisibles
extienden en silencio las arañas
por las ramas nudosas de las vides
cuajadas de racimos. Aletean
los flamencos rosados que se irguen
después de picotear las fresas rojas
nacidas entre pálidos jazmines.
Graznan los pavos reales.
Y en un banco
de mármoles bruñidos, que recibe
la sombra de los árboles coposos,
un joven soñador está muy triste,
viendo que el aura arroja en un estanque
jaspeado de metálicos matices,
los pétalos fragantes de los lirios
y las plumas sedosas de los cisnes.
Nostalgias
I
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;
donde la nieve que baja
del firmamento, amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de ríos caudalosos
el rumor;
donde ostenta siempre el cielo,
a través del aéreo velo,
color gris;
es más hermosa la luna
y cada estrella más que una
flor de lis.
II
Otras veces sólo ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.
¡Ah! si yo un día pudiera
con qué júbilo partiera
para Argel,
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.
Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el sol
que, con sus vivos destellos,
pone un tinte a los camellos
tornasol.
Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.
Cambiando de rumbo luego,
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.
Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora fragancia
que da el té.
De la luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón rojo,
comienza la flor de loto
a brillar.
O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre,
graba en sándalo o en cobre
o en marfíl.
Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano archipiélago
a encallar.
A aquél en que vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
sintiendo todo quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.
III
Mas no parto. Si partiera
al instante yo quisiera
regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?
Flores de éter
A la memoria de Luis II de Baviera
Rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve,
¿en qué mundo tu espíritu mora?
¿Sobre qué cimas sus alas mueve?
¿Vive con diosas en una estrella
como guerrero con sus cautivas,
o está en la tumba - blanca doncella
bajo coronas de siemprevivas?...
Aún eras niño, cuando sentías,
como legado de tus mayores,
esas tempranas melancolías
de los espíritus soñadores,
y huyendo lejos de los palacios
donde veías morir tu infancia,
te remontabas a los espacios
en que esparcíase la fragancia
de los sueños que, hora tras hora,
minado fueron tu vida breve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Si así tu alma gozar quería
y a otras regiones arrebatarte,
en bajel tuvo: la Fantasía,
y un mar espléndido: el mar del Arte.
¡Cómo veías sobre sus ondas
temblar las luces de nuevos astros
que te guiaban a las Golcondas
donde no hallabas del hombre rastros;
y allí sintiendo raros deleites
tu alma encontraba deliquios santos,
como en los tintes de los afeites
las cortesanas frescos encantos!
Por eso mi alma la tuya adora
y recordándola se conmueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Colas abiertas de pavos reales,
róseos flamencos en la arboleda,
fríos crepúsculos matinales,
áureos dragones en roja seda,
verdes luciérnagas en las lilas,
plumas de cisnes alabastrinos,
sonidos vagos de las esquilas,
sobre hombros blancos encajes finos,
vapor de lago dormido en calma,
mirtos fragantes, nupciales tules,
nada más bello fue que tu alma
hecha de vagas nieblas azules
y que a la mía sólo enamora
de las del siglo décimo nueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
Aunque sentiste sobre tu cuna
caer los dones de la existencia,
tú no gozaste de dicha alguna
más que en los brazos de la Demencia.
Halo llevabas de poesía
y más que el brillo de tu corona
a los extraños les atraía
lo misterioso de tu persona
que apasionaba nobles mancebos,
porque ostentabas en formas bellas
la gallardía de los efebos
con el recato de las doncellas.
Tedio profundo de la existencia,
sed de lo extraño que nos tortura,
de viejas razas mortales herencia,
de realidades afrenta impura,
visión sangrienta de la neurosis,
deliscuescencia de las pasiones,
entre fulgores de apoteosis
tu alma llevaron a otras regiones
donde gloriosa ciérnese ahora
y eterna dicha sobre ella llueve,
rey solitario como la aurora,
rey misterioso como la nieve.
AUTORRETRATO
Nací en Cuba. El sendero de la vida Firme atravieso, con ligero paso, Sin que encorve mi espalda vigorosa La carga abrumadora de los años. Al pasar por las verdes alamedas, Cogido tiernamente de la mano, Mientras cortaba las fragantes flores O bebía la lumbre de los astros, Vi la Muerte, cual pérfido bandido, Abalanzarse rauda ante mi paso Y herir a mis amantes compañeros, Dejándome, en el mundo, solitario. ¡Cuán difícil me fue marchar sin guía! ¡Cuántos escollos ante mí se alzaron! ¡Cuán ásperas hallé todas las cuestas! Y ¡cuán lóbregos todos los espacios! ¡Cuántas veces la estrella matutina Alumbró, con fulgores argentados, La huella ensangrentada que mi planta Iba dejando, en los desiertos campos, Recorridos en noches tormentosas, Entre el fragor horrísono del rayo, Bajo las gotas frías de la lluvia Y a la luz funeral de los relámpagos! Mi juventud, herida ya de muerte, Empieza a agonizar entre mis brazos, Sin que la puedan reanimar mis besos, Sin que la puedan consolar mis cantos. Y al ver, en su semblante cadavérico, De sus pupilas el fulgor opaco --Igual al de un espejo en bruñido--, Siento que el corazón sube a mis labios, Cual si en mi pecho la rodilla hincara Joven titán de miembros acerados. Para olvidar entonces las tristezas Que, como nube de voraces pájaros Al fruto de oro entre las verdes ramas, Dejan mi corazón despedazado, Refúgiome del Arte en los misterios O de la hermosa Aspasia entre los brazos. Guardo siempre, en el fondo de mi alma, Cual hostia blanca en cáliz cincelado, La purísima fe de mis mayores, Que por ella, en los tiempos legendarios, Subieron a la pira del martirio, Con su firmeza heroica de cristianos, La esperanza del cielo en las miradas Y el perdón generoso entre los labios. Mi espíritu, voluble y enfermizo, Lleno de la nostalgia del pasado, Ora ansía el rumor de las batallas, Ora la paz de silencioso claustro, Hasta que pueda despojarse un día --Como un mendigo del postrer andrajo--, Del pesar que dejaron en su seno Los difuntos ensueños abortados. Indiferente a todo lo visible, Ni el mal me atrae, ni ante el bien me extasío, Como si dentro de mi ser llevara El cadáver de un Dios, ¡de mi entusiasmo! Libre de abrumadoras ambiciones, Soporto de la vida el rudo fardo, Porque me alienta el formidable orgullo De vivir, ni envidioso ni envidiado, Persiguiendo fantásticas visiones, Mientras se arrastran otros por el fango Para extraer un átomo de oro Del fondo pestilente de un pantano.
INTRODUCCION
Árbol de mi pensamiento Lanza tus hojas al viento Del olvido, Que, al volver las primaveras, Harán en ti las quimeras Nuevo nido; Y saldrán de entre tus hojas, En vez de amargas congojas, Las canciones Que en otro mayo tuvisteis, Para consuelo de tristes Corazones.
EL CAMINO DE DAMASCO
Lejos brilla el Jordán de azules ondas que esmalta el Sol de lentejuelas de oro, atravesando las tupidas frondas, pabellón verde del bronceado toro. Del majestuoso Líbano en la cumbre erige su ramaje el cedro altivo, y del día estival bajo la lumbre desmaya en los senderos el olivo. Piafar se escuchan árabes caballos que, a través de la cálida arboleda, van levantando con su férreos callos, en la ancha ruta, opaca polvareda. Desde el confín de las lejanas costas, sombreadas por los ásperos nopales, enjambres purpurinos de langostas vuelan a los ardientes arenales. Ábrense en las llanuras las cavernas pobladas de escorpiones encarnados, y al borde de las límpidas cisternas embalsaman el aire los granados. En fogoso corcel de crines blancas, lomo robusto, refulgente casco, belfo espumante y sudorosas ancas, marcha por el camino de Damasco. Saulo, eleva su bruñida lanza que, a los destellos de la luz febea, mientras el bruto relinchando avanza, entre nubes de polvo centellea. Tras las hojas de oscuros olivares mira de la ciudad los minaretes, y encima de los negros almenares ondear los azulados gallardetes. Súbito, desde lóbrego celaje que desgarró la luz de hórrido rayo, oye la voz de célico mensaje, cae transido de mortal desmayo, bajo el corcel ensangrentado rueda, su lanza estalla con vibrar sonoro y, a los reflejos de la luz, remeda sierpe de fuego con escamas de oro.
BLANCO Y NEGRO
Sonrisas de las vírgenes difuntas En, ataúd de blanco terciopelo Recamado de oro; manos juntas Que os eleváis hacia el azul del cielo Como lirios de carne; tocas blancas De pálidas novicias absorbidas Risas de niños rubios; despedidas Que envían los ancianos moribundos A los seres queridos; arreboles De los finos celajes errabundos Por las ondas del éter; tornasoles Que ostentan en sus alas las palomas Al volar hacia el sol; verdes palmeras De les desiertos africanos; gomas Árabes en que duermen las quimeras; Miradas de los pálidos dementes Entre las flores del jardín; crespones Con que se ocultan sus nevadas frentes Las huérfanas; enjambres de ilusiones Color de rosa que en su seno encierra El alma que no hirió la desventura; Arrebatadme al punto de la tierra, Que estoy enfermo y solo y fatigado Y deseo volar hacia la altura, Porque allí debe estar lo que yo he amado. II Oso hambriento que vas por las montañas Alfombradas de témpanos de hielo, Ansioso de saciarte en las entrañas Del viajador; relámpago del cielo Que amenazas la vida del proscrito En medio de la mar; hidra de Lerna Armada de cabezas; infinito Furor del dios que en líquida caverna Un día habrá de devorarnos; hachas Que segasteis los cuellos sonrosados De las princesas inocentes; rachas De vientos tempestuosos; afilados Colmillos de las hienas escondidas En las malezas; tenebrosos cuervos Cernidos en los aires; homicidas Balas que herís a los dormidos ciervos Al borde de las fuertes pesadillas Que pobláis el espíritu de espanto; Fiebre que empalideces las mejillas Y el cabello blanqueas; desencanto Profunda de mi alma, despojada Para siempre de humanas ambiciones; Despedazad mi ser atormentado Que cayó de las célicas regiones Y devolvedme al seno de la nada... ¿Tampoco estará allí lo que yo he amado?
NOSTALGIAS
Suspiro por las regiones donde vuelan los alciones sobre el mar, y el soplo helado del viento parece en su movimiento sollozar; donde la nieve que baja del firmamento, amortaja el verdor de los campos olorosos y de los ríos caudalosos el rumor; donde ostenta siempre el cielo, color gris; es más hermosa la luna y cada estrella más que una flor de lis II Otras veces sólo ansío bogar en firme navío a existir en algún país remoto, sin pensar en el ignoto porvenir. Ver otro cielo, otro monto, otra playa, otro horizonte, otro mar, otros pueblos, otras gentes de maneras diferentes de pensar. ¡Ah!, si yo un día pudiera, con qué júbilo partiera para Argel, donde tiene la hermosura el color y la frescura de un clavel. Después fuera en caravana por la llanura africana bajo el sol que, con sus vivos destellos, pone un tinte a los camellos tornasol. Y cuando el día expirara mi árabe tienda plantara en mitad de la llanura ardorosa inundada de radiosa claridad. Cambiando de rumbo luego, dejara el país del fuego para ir hasta el imperio florido en que el opio da el olvido del vivir. Vegetara allí contento de alto bambú corpulento junto al pie, o aspirando en rica estancia la embriagadora fragancia que da el té. De la luna al claro brillo iría al Río Amarillo a esperar la hora en que, el botón roto, comienza la flor del loto a brillar. O mi vista deslumbrara tanta maravilla rara que el buril de artista, ignorado y pobre graba en sándalo o en cobre o en marfil. Cuando tornara el hastío en el espíritu mío a reinar, cruzando el inmenso piélago fuera a taitiano archipiélago a encallar. A aquél en mi vieja historia asegura a mi memoria que se ve, el lago en que un hada peina los cabellos de la reina Pomaré. Así errabundo viviera sintiendo toda quimera rauda huir, y hasta olvidando la hora incierta y aterradora de morir. III Mas no parto. Si partiera, al instante yo quisiera regresar. ¡Ah! ¿Cuándo querrá el destino que yo pueda en mi camino reposar?
TRISTISSIMA NOX
Noche de soledad. Rumor confuso hacer el viento surgir de la arboleda, donde su red de transparente seda grisácea araña entre las hojas puso. Del horizonte hasta el confín difuso la onda marina sollozando rueda y, con su forma insólita, remeda tritón cansado ante el cerebro iluso. Mientras del sueño baja el firme amparo todo yace dormido en la penumbra, sólo mi pensamiento vela en calma, como la llama de escondido faro que con sus rayos fúlgidos alumbra el vacío profundo de mi alma.
PAISAJE DEL TRÓPICO
Polvo y moscas. Atmósfera plomiza donde retumba el tabletear del trueno y, como cisnes entre inmundo cieno, nubes blancas en cielo de ceniza. El mar sus hondas glaucas paraliza, y el relámpago, encima de su seno, del horizonte en el confín sereno traza su rauda exhalación rojiza. El árbol soñoliento cabecea, honda calma se cierne largo instante, hienden el aire rápidas gaviotas, el rayo en el espacio centellea, y sobre el dorso de la tierra humeante baja la lluvia en crepitantes gotas.
Hojas al Viento
La Habana, 1890.
Mis amores
Soneto Pompadour
Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.
Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas alemanas,
el rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la espesura,
del pebetero la fragante esencia,
y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen hermosura
la ensangrentada flor de su inocencia.
El arte
Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último Dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
el alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el Arte dichas ignoradas,
como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.
A los estudiantes
Víctimas de cruenta alevosía,
Doblasteis en la tierra vuestras frentes,
Como en los campos llenos de simientes
Palmas que troncha tempestad bravía.
Aún vagan en la atmósfera sombría
Vuestros últimos gritos inocentes,
Mezclados a los golpes estridentes
Del látigo que suena todavía.
¡Dormid en paz los sueños postrimeros
En el seno profundo de la nada,
Que nadie ha de venir a perturbaros;
Los que ayer no supieron defenderos
Sólo pueden, con alma resignada,
Soportar la vergüenza de lloraros!
El adiós del Polaco
Al pie de la blanca reja
De una entreabierta ventana,
Donde la luz se refleja
De la naciente mañana,
Está un polaco guerrero
Henchido de patrio ardor,
Dando así su adiós postrero
A la virgen de su amor.
-¿No escuchas el sonido
Del clarín estruendoso de batalla
Y el hórrido estampido
Del tronante cañón y la metralla?
¿No ves alzarse al cielo
Rojo vapor de sangre que aún humea,
Mezclándose en su vuelo
Al humo negro de incendiaria tea?
¿No ves las numerosas
Huestes bajar desde la cumbre al llano,
Hollando las hermosas
Flores que esparce pródigo el verano?
¿No ves a los tiranos
Desgarrar de la patria inmaculada,
Con infamantes manos,
La veste azul de perlas recamada?
Polonia, enardecida
Por el rigor de sus constantes penas,
Álzase decidida
A romper para siempre sus cadenas.
Al grito de venganza
Sus esforzados hijos valerosos,
Empuñando la lanza,
Se arrojan al combate presurosos.
Tu amor abandonando,
Audaz me lanzo a la feroz pelea,
Pobre paria buscando
Muerte a la luz de redentora idea.
Ni el tiempo ni la ausencia
Harán que olvide tu cariño tierno.
¡En la humana existencia
Sólo el primer amor es el eterno!
Adiós. Si de la gloria
A merecer no alcanzo los favores
Conserva en tu memoria
El recuerdo feliz de mis amores.
Dame el último beso
Con el postrer adiós de la partida,
Para llevarlo impreso
Hasta el postrer instante de la vida.
Dijo. La joven lo estrecha
En sus brazos, con pasión,
En llanto amargo deshecha,
Oprimido el corazón.
Veloz como el raudo viento,
Él al combate voló.
¡Siempre al patriótico acento
El amor enmudeció!
EL SUEÑO EN EL DESIERTO
Cuando el hijo salvaje del desierto
Ata su blanca yegua enflaquecida
Al fuerte tronco de gigante palma.
Y tregua dando a su mortal fatiga,
Cae en el lecho de tostada arena
Donde la luz reverberar se mira;
Sueña en los verdes campos anchurosos
En que se eleva la gallarda espiga
Dorada por el sol resplandeciente;
En la plácida fuente cristalina
Que le apaga la sed abrasadora;
En la tribu que forma su familia;
En el lejano oasis misterioso
Cuya frescura a descansar convida;
Y en el harem, poblado de mujeres
Bellas como la luz del mediodía,
Que entre nubes de aromas enervantes,
Prodigan al sultán dulces caricias.
Pero al salir del sueño venturoso
Sólo ve, dilatadas las pupilas,
Desierto, el arenal ilimitado.
EN EL MAR
Abierta al viento la turgente vela
Y las rojas banderas desplegadas,
Cruza el barco las ondas azuladas,
Dejando atrás fosforescente estela.
El sol, como lumínica rodela,
Aparece entre nubes nacaradas,
Y el pez, bajo las ondas sosegadas,
Como flecha de plata raudo vuela.
¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
Por el largo sendero recorrido
La muda soledad del frío polo.
¿Qué me importa vivir en tierra extraña
O en la patria infeliz en que he nacido
Si en cualquier parte he de encontrarme solo?
Mis amores
Soneto Pompadour
Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.
Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas alemanas,
el rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la espesura,
del pebetero la fragante esencia,
y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen hermosura
la ensangrentada flor de su inocencia.
El arte
Cuando la vida, como fardo inmenso,
pesa sobre el espíritu cansado
y ante el último Dios flota quemado
el postrer grano de fragante incienso;
cuando probamos, con afán intenso,
de todo amargo fruto envenenado
y el hastío, con rostro enmascarado,
nos sale al paso en el camino extenso;
el alma grande, solitaria y pura
que la mezquina realidad desdeña,
halla en el Arte dichas ignoradas,
como el alción, en fría noche oscura,
asilo busca en la musgosa peña
que inunda el mar azul de olas plateadas.
A los estudiantes
Víctimas de cruenta alevosía,
Doblasteis en la tierra vuestras frentes,
Como en los campos llenos de simientes
Palmas que troncha tempestad bravía.
Aún vagan en la atmósfera sombría
Vuestros últimos gritos inocentes,
Mezclados a los golpes estridentes
Del látigo que suena todavía.
¡Dormid en paz los sueños postrimeros
En el seno profundo de la nada,
Que nadie ha de venir a perturbaros;
Los que ayer no supieron defenderos
Sólo pueden, con alma resignada,
Soportar la vergüenza de lloraros!
El adiós del Polaco
Al pie de la blanca reja
De una entreabierta ventana,
Donde la luz se refleja
De la naciente mañana,
Está un polaco guerrero
Henchido de patrio ardor,
Dando así su adiós postrero
A la virgen de su amor.
-¿No escuchas el sonido
Del clarín estruendoso de batalla
Y el hórrido estampido
Del tronante cañón y la metralla?
¿No ves alzarse al cielo
Rojo vapor de sangre que aún humea,
Mezclándose en su vuelo
Al humo negro de incendiaria tea?
¿No ves las numerosas
Huestes bajar desde la cumbre al llano,
Hollando las hermosas
Flores que esparce pródigo el verano?
¿No ves a los tiranos
Desgarrar de la patria inmaculada,
Con infamantes manos,
La veste azul de perlas recamada?
Polonia, enardecida
Por el rigor de sus constantes penas,
Álzase decidida
A romper para siempre sus cadenas.
Al grito de venganza
Sus esforzados hijos valerosos,
Empuñando la lanza,
Se arrojan al combate presurosos.
Tu amor abandonando,
Audaz me lanzo a la feroz pelea,
Pobre paria buscando
Muerte a la luz de redentora idea.
Ni el tiempo ni la ausencia
Harán que olvide tu cariño tierno.
¡En la humana existencia
Sólo el primer amor es el eterno!
Adiós. Si de la gloria
A merecer no alcanzo los favores
Conserva en tu memoria
El recuerdo feliz de mis amores.
Dame el último beso
Con el postrer adiós de la partida,
Para llevarlo impreso
Hasta el postrer instante de la vida.
Dijo. La joven lo estrecha
En sus brazos, con pasión,
En llanto amargo deshecha,
Oprimido el corazón.
Veloz como el raudo viento,
Él al combate voló.
¡Siempre al patriótico acento
El amor enmudeció!
EL SUEÑO EN EL DESIERTO
Cuando el hijo salvaje del desierto
Ata su blanca yegua enflaquecida
Al fuerte tronco de gigante palma.
Y tregua dando a su mortal fatiga,
Cae en el lecho de tostada arena
Donde la luz reverberar se mira;
Sueña en los verdes campos anchurosos
En que se eleva la gallarda espiga
Dorada por el sol resplandeciente;
En la plácida fuente cristalina
Que le apaga la sed abrasadora;
En la tribu que forma su familia;
En el lejano oasis misterioso
Cuya frescura a descansar convida;
Y en el harem, poblado de mujeres
Bellas como la luz del mediodía,
Que entre nubes de aromas enervantes,
Prodigan al sultán dulces caricias.
Pero al salir del sueño venturoso
Sólo ve, dilatadas las pupilas,
Desierto, el arenal ilimitado.
EN EL MAR
Abierta al viento la turgente vela
Y las rojas banderas desplegadas,
Cruza el barco las ondas azuladas,
Dejando atrás fosforescente estela.
El sol, como lumínica rodela,
Aparece entre nubes nacaradas,
Y el pez, bajo las ondas sosegadas,
Como flecha de plata raudo vuela.
¿Volveré? ¡Quién lo sabe! Me acompaña
Por el largo sendero recorrido
La muda soledad del frío polo.
¿Qué me importa vivir en tierra extraña
O en la patria infeliz en que he nacido
Si en cualquier parte he de encontrarme solo?
Murió el pobre poeta
Por José Martí
Aquel nombre que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica mas que realidad, no es ya el nombre de un vivo. Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras solo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad, ya no son hoy mas que un puñado de versos, impresos en papel infeliz, como dicen que fue la vida del poeta.
De la verdad vivía prendida su alma; del cristal tallado y la levedad japonesa; del dolor del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con una ornamentos de plata labrada; y el, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. De el se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan cerca, le tomo la poesía nula, y de desgano falso e innecesario , con que los orifices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos el vacío ideal de su época transitoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aun poesía para mucho; todo es le valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. De Antonio Pérez es esta verdad: Solo los grandes estómagos digieren venenos.
Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los elogios y las tristezas. Y es que en América esta ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y quiere trabajo y realidad en la política y en literatura. Lo hinchado canso, y la política hueca y rudimentaria, y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América esta generación literaria, que principio por el rebusco imitado, y esta ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa.--Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal. Y luego, había otra razón para que lo amasen; y fue que la poesía doliente y caprichosa que le vino de Francia con la rima excelsa, paro por ser en el la expresión natural del poco apego que artista tan delicado había de sentir por aquel país de sus entrañas, donde la conciencia oculta o confesa de la general humillación trae a todo el mundo como acorralado, o como antifaz, sin gusto ni poder para la franqueza y las gracias del alma. La poesía vive de honra.
Murió el pobre poeta, y no lo llegamos a conocer. Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Bis agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabo joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran.
José Martí
Patria, Nueva York, 31 de octubre del 1893
Aquel nombre que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica mas que realidad, no es ya el nombre de un vivo. Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras solo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad, ya no son hoy mas que un puñado de versos, impresos en papel infeliz, como dicen que fue la vida del poeta.
De la verdad vivía prendida su alma; del cristal tallado y la levedad japonesa; del dolor del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con una ornamentos de plata labrada; y el, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. De el se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan cerca, le tomo la poesía nula, y de desgano falso e innecesario , con que los orifices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos el vacío ideal de su época transitoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aun poesía para mucho; todo es le valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. De Antonio Pérez es esta verdad: Solo los grandes estómagos digieren venenos.
Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los elogios y las tristezas. Y es que en América esta ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y quiere trabajo y realidad en la política y en literatura. Lo hinchado canso, y la política hueca y rudimentaria, y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América esta generación literaria, que principio por el rebusco imitado, y esta ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa.--Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal. Y luego, había otra razón para que lo amasen; y fue que la poesía doliente y caprichosa que le vino de Francia con la rima excelsa, paro por ser en el la expresión natural del poco apego que artista tan delicado había de sentir por aquel país de sus entrañas, donde la conciencia oculta o confesa de la general humillación trae a todo el mundo como acorralado, o como antifaz, sin gusto ni poder para la franqueza y las gracias del alma. La poesía vive de honra.
Murió el pobre poeta, y no lo llegamos a conocer. Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Bis agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabo joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran.
José Martí
Patria, Nueva York, 31 de octubre del 1893
Cosas que la muerte no sabe
Por Henry Ballate
a la memoria de Casal
estas negras mariposas que
unidas volarán a dispersarse
en las amargas ondas del olvido.
I
La vida
hay que irla muriendo
para no asustar la muerte
La muerte llegará
pero hay que irla viviendo
para entretener la vida
II
Imitación a la imitación
que Casal hizo del poema
Engañada de L. Stechetti
Oculta mi alma en su deshecho seno
abismo insondable de tristeza,
como el maldito fruto su veneno
tras el vino color de su corteza.
No me tientes, vida;
¡respeta los muertos!
III
Hay cosas que la muerte no sabe
de ahí su desencanto
al vernos
de este lado
con negros vestidos
un ojo guiñado
con los brazos extendidos
a su encuentro
IV
y qué sabe la muerte
de soledad y tristeza
y qué sabe
de hambre y frío
y qué
de vida
V
y cuanto tiempo
ha tenido que pasar
para que la muerte comprenda
que ella es lo imprescindible
para el hombre
VI
y en realidad
que importa morirse
cuando el sol no sale
y el canto de sirena
se ha quedado atrás
sólo
en la historia
VII
y llegando a la conclusión
que la muerte es
la eterna vida de los poetas
he decidido
(risa)
a la memoria de Casal
estas negras mariposas que
unidas volarán a dispersarse
en las amargas ondas del olvido.
I
La vida
hay que irla muriendo
para no asustar la muerte
La muerte llegará
pero hay que irla viviendo
para entretener la vida
II
Imitación a la imitación
que Casal hizo del poema
Engañada de L. Stechetti
Oculta mi alma en su deshecho seno
abismo insondable de tristeza,
como el maldito fruto su veneno
tras el vino color de su corteza.
No me tientes, vida;
¡respeta los muertos!
III
Hay cosas que la muerte no sabe
de ahí su desencanto
al vernos
de este lado
con negros vestidos
un ojo guiñado
con los brazos extendidos
a su encuentro
IV
y qué sabe la muerte
de soledad y tristeza
y qué sabe
de hambre y frío
y qué
de vida
V
y cuanto tiempo
ha tenido que pasar
para que la muerte comprenda
que ella es lo imprescindible
para el hombre
VI
y en realidad
que importa morirse
cuando el sol no sale
y el canto de sirena
se ha quedado atrás
sólo
en la historia
VII
y llegando a la conclusión
que la muerte es
la eterna vida de los poetas
he decidido
(risa)
JUANA BORRERO
por Julián del Casal
Tez de ámbar, labios rojos,
Pupilas de terciopelo
Que más que el azul del cielo
Ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
Que, en ligera ondulación,
Como velo de crespón
Cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
Abriendo en sus alma una herida,
La realidad de la vida
O de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
En que la vida fundiera
La palidez de la cera,
La púrpura del ocaso.
¿Su boca? Rojo clavel
Quemado por el estío,
Mas donde vierte el hastío
Gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
De una ilusión engañosa,
Como negra mariposa
En fragante margarita.
Manos que para el laurel
Que a alcanzar su genio aspira,
Ora recorren la lira,
Ora mueven el pincel.
¡Doce años! Mas sus facciones
Veló ya de honda amargura
La tristeza prematura
De los grandes corazones.
Tez de ámbar, labios rojos,
Pupilas de terciopelo
Que más que el azul del cielo
Ven del mundo los abrojos.
Cabellera azabachada
Que, en ligera ondulación,
Como velo de crespón
Cubre su frente tostada.
Ceño que a veces arruga,
Abriendo en sus alma una herida,
La realidad de la vida
O de una ilusión la fuga.
Mejillas suaves de raso
En que la vida fundiera
La palidez de la cera,
La púrpura del ocaso.
¿Su boca? Rojo clavel
Quemado por el estío,
Mas donde vierte el hastío
Gotas amargas de hiel.
Seno en que el dolor habita
De una ilusión engañosa,
Como negra mariposa
En fragante margarita.
Manos que para el laurel
Que a alcanzar su genio aspira,
Ora recorren la lira,
Ora mueven el pincel.
¡Doce años! Mas sus facciones
Veló ya de honda amargura
La tristeza prematura
De los grandes corazones.
ODA A JULIÁN DEL CASAL
ODA A JULIÁN DEL CASAL
José Lezama Lima
Déjenlo, verdeante, que se vuelva;
permitidle que salga de la fiesta
a la terraza donde están dormidos.
A los dormidos los cuidará quejoso,
fijándose cómo se agrupan la mañana helada.
La errante chispa de su verde errante,
trazará círculos frente a los dormidos
de la terraza, la seda de su solapa
escurre el agua repasada del tritón
y otro tritón sobre su espalda en polvo.
Dejadlo que se vuelva, mitad ciruelo
y mitad piña laqueada por la frente.
Déjenlo que acompañe sin hablar,
permitidle, blandamente, que se vuelva
hacia el frutero donde están los osos
con el plato de nieve, y el remo
De la escribanía, con su manilla de ámbar
por la espalda. Su tos alegre
Espolvorea la máscara de combatientes japoneses.
Dentro de un dragón de hilos de oro,
camina ligero con los pedidos de la lluvia,
hasta la Concha de oro del Teatro Tacón,
donde rígida la corista colocará
sus flores en el pico del cisne,
como la mulata de los tres gritos en el vodevil
y los neoclásicos senos martillados por la pedantería
de Clesinger. Todo pasó
cuando ya fue pasado, pero también pasó
la aurora con su punto de nieve.
Si lo tocan, chirrían su arenas;
si lo mueven, el arco iris rompe sus cenizas.
Inmóvil en la brisa, sujetado
por el brillo de las arañas verdes.
Es un vaho que se dobla en las ventanas.
Trae la carta funeral del ópalo.
Trae el pañuelo de opopónax
y agua quejumbrosa a la visita
sin sentarse apenas con muchos
quédese, quédese,
que se acercan para llorar en su sonido
como los sillones de mimbre de las ruinas del ingenio,
en cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla
de su infantil chaqueta marinera.
Pregunta y no espera la respuesta,
Lo tiran de la manga con trifolias de ceniza.
Están frías las ornadas florecillas.
Frías están sus manos que no acaban,
aprieta las manos con sus manos frías.
Sus manos no están frías, frío es el sudor
que no detiene en su visita a la corista.
Le entrega las flores y el maniquí
se rompe en las baldosas rotas del acantilado.
Sus manos frías avivan las arañas ebrias,
que van a deglutir el maniquí playero.
Cuidado, sus manos pueden avivar
la araña fría y el maniquí de las coristas.
Cuidado, él sigue oyendo cómo evapora
la propia tierra maternal,
compás para el espacio coralino.
Sus tos alegre sigue ordenando el ritmo
de nuestra crecida vegetal,
al extenderse dormido.
Las formas en que utilizaste tus disfraces,
hubieran logrado influenciar a Baudelaire.
El espejo que unió a la condesa de Fernandina
con Napoleón Tercero, no te arrancó
las mismas flores que le llevaste a la corista,
pues allí viste el aleph negro en lo alto del surtidor.
Cronista de la boda de Luna de Copas
con la Sota de Bastos, tuviste que brindar
con champagne gelé por los sudores fríos
de tu medianoche de agonizante.
Los dormidos en la terraza,
que tú tan sólo los tocabas quejumbrosamente,
escupían sobre el tazón que tú le llevabas a los cisnes.
No respetaban que tú le habías encristalado la terraza
y llevando el menguante de la liebre al espejo.
Tus disfraces, como el almirante samurai,
que tapó la escuadra enemiga con un abanico,
o el monje que no sabe qué espera en El Escorial,
hubieran producido otro escalofrió en Baudelaire
Sus sombríos rasguños, exagramas chinos en tu sangre,
se igualaban con la influencia que tu vida
hubiera dejado en Baudelaire,
como lograste alucinar al Sileno
con ojos de sapo y diamante frontal.
Los fantasmas resinosos, los gatos
que dormían en el bolsillo de tu chaleco estrellado,
se embriagaban con tus ojos verdes.
Desde entonces, el mayor gato, el peligroso genuflexo,
no ha vuelto a ser acariciado.
Cuando el gato termine la madeja,
le gustará jugar con tu cerquillo,
como las estrías de la tortuga
nos dan la hoja precisa de nuestro fin.
Tu calidad cariciosa,
que colocaba un sofá de mimbre en una estampa japonesa,
el sofá volante, como los paños de fondo
de los relatos hagiográficos,
que vino para ayudarte a morir.
El mail coach con trompetas,
acudido para despertar a los dormidos de la terraza,
rompía tu escaso sueño en la madrugada,
pues entre la medianoche y el despertar
hacías tus injertos de azalea con araña fría,
que engendraban los sollozos de la Venus Anadyomena
y el brazalete robado por el pico del alción.
Sea maldito el que se equivoque y te quiera
ofender, riéndose de tus disfraces
o de lo que escribiste en La Caricatura,
con tan buena suerte que nadie ha podido
encontrar lo que escribiste para burlarte
y poder comprar la máscara japonesa.
Cómo se deben haber reído los ángeles,
cuando saludabas estupefacto
a la marquesa Polavieja, que avanzaba
hacia ti para palmearte frente al espejo.
Qué horror, debes haber soltado un lagarto
sobre la trifolia de una taza de té.
Haces después de muerto
las mismas iniciales, ahora
en el mojado escudo de cobre de la noche,
que comprobaban al tacto
la trigueñita de los doce años
y el padre enloquecido colgado de un árbol.
Sigues trazando círculos
en torno a los que se pasean por la terraza,
la chispa errante de tu errante verde.
Todos sabemos ya que no era tuyo
el falso terciopelo de la magia verde,
los pasos contados sobre alfombras,
la daga que divide las barajas,
para unirlas de nuevo con tizne de cisnes.
No era tampoco tuya la separación,
que la tribu de malvados te atribuye,
entre el espejo y el lago.
Eres el huevo de cristal,
donde el amarillo está reemplazado
por el verde errante de tus ojos verdes.
Invencionaste un color solemne,
guardamos se verde entre dos hojas.
El verde de la muerte.
Ninguna estrofa de Baudelaire,
puede igualar el sonido de tu tos alegre.
Podemos retocar,
pero en definitiva lo que queda,
es la forma en que hemos sido retocados.
¿Por quién?
Respondan la chispa errante de tus ojos verdes
y el sonido de tu tos alegre.
Los frascos de perfume que entreabriste,
ahora te hacen salir de ellos como un homúnculo,
ente de imagen creado por la evaporación,
corteza del árbol donde Adonai
huyó del jabalí para alcanzar
la resurrección de las estaciones.
El frío de tus manos,
es nuestra franja de la muerte,
tiene la misma hilacha de la manga
verde oro del disfraz para morir,
es el frío de todos nuestros manos.
A pesar del frío de nuestra inicial timidez
y del sorprendido en nuestro miedo final,
llevaste nuestra luciérnaga verde al valle de Proserpina.
La misión que te fue encomendada,
descender a las profundidades con nuestra chispa verde,
la quisiste cumplir de inmediato y por eso escribiste:
ansias de aniquilarme sólo siento.
Pues todo poeta se apresura sin saberlo
para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.
Ahora ya sabemos el esplendor de ese sentencia tuya,
quisiste llevar el verde de tus ojos verdes
a la terraza de los dormidos invisibles.
Por eso aquí y allí, con los excavadores de la identidad,
entre los reseñadores y los sombrosos,
abres el quitasol de un inmenso Eros.
Nuestro escandaloso cariño te persigue
y por eso sonríes entre los muertos.
La muerte de Baudelaire, balbuceando
incesantemente: Sagrado nombre, Sagrado nombre,
tiene la misma calidad de tu muerte,
pues habiendo vivido como un delfín muerto de sueños,
alcanzaste a morir muerto de risa.
Tu muerte podía haber influenciado a Baudelaire.
Aquel que entre nosotros dijo:
ansias de aniquilarme sólo siento,
fue tapado por la risa como una lava.
En esas ruinas, cubierto por la muerte,
ahora reaparece el cigarrillo que entre tus dedos se quemaba,
la chispa con la que descendiste
al lento oscuro de la terraza helada.
Permitid que se vuelva, ya nos mira,
que compañía la chispa errante de su errante verde,
mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.
José Lezama Lima
Déjenlo, verdeante, que se vuelva;
permitidle que salga de la fiesta
a la terraza donde están dormidos.
A los dormidos los cuidará quejoso,
fijándose cómo se agrupan la mañana helada.
La errante chispa de su verde errante,
trazará círculos frente a los dormidos
de la terraza, la seda de su solapa
escurre el agua repasada del tritón
y otro tritón sobre su espalda en polvo.
Dejadlo que se vuelva, mitad ciruelo
y mitad piña laqueada por la frente.
Déjenlo que acompañe sin hablar,
permitidle, blandamente, que se vuelva
hacia el frutero donde están los osos
con el plato de nieve, y el remo
De la escribanía, con su manilla de ámbar
por la espalda. Su tos alegre
Espolvorea la máscara de combatientes japoneses.
Dentro de un dragón de hilos de oro,
camina ligero con los pedidos de la lluvia,
hasta la Concha de oro del Teatro Tacón,
donde rígida la corista colocará
sus flores en el pico del cisne,
como la mulata de los tres gritos en el vodevil
y los neoclásicos senos martillados por la pedantería
de Clesinger. Todo pasó
cuando ya fue pasado, pero también pasó
la aurora con su punto de nieve.
Si lo tocan, chirrían su arenas;
si lo mueven, el arco iris rompe sus cenizas.
Inmóvil en la brisa, sujetado
por el brillo de las arañas verdes.
Es un vaho que se dobla en las ventanas.
Trae la carta funeral del ópalo.
Trae el pañuelo de opopónax
y agua quejumbrosa a la visita
sin sentarse apenas con muchos
quédese, quédese,
que se acercan para llorar en su sonido
como los sillones de mimbre de las ruinas del ingenio,
en cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla
de su infantil chaqueta marinera.
Pregunta y no espera la respuesta,
Lo tiran de la manga con trifolias de ceniza.
Están frías las ornadas florecillas.
Frías están sus manos que no acaban,
aprieta las manos con sus manos frías.
Sus manos no están frías, frío es el sudor
que no detiene en su visita a la corista.
Le entrega las flores y el maniquí
se rompe en las baldosas rotas del acantilado.
Sus manos frías avivan las arañas ebrias,
que van a deglutir el maniquí playero.
Cuidado, sus manos pueden avivar
la araña fría y el maniquí de las coristas.
Cuidado, él sigue oyendo cómo evapora
la propia tierra maternal,
compás para el espacio coralino.
Sus tos alegre sigue ordenando el ritmo
de nuestra crecida vegetal,
al extenderse dormido.
Las formas en que utilizaste tus disfraces,
hubieran logrado influenciar a Baudelaire.
El espejo que unió a la condesa de Fernandina
con Napoleón Tercero, no te arrancó
las mismas flores que le llevaste a la corista,
pues allí viste el aleph negro en lo alto del surtidor.
Cronista de la boda de Luna de Copas
con la Sota de Bastos, tuviste que brindar
con champagne gelé por los sudores fríos
de tu medianoche de agonizante.
Los dormidos en la terraza,
que tú tan sólo los tocabas quejumbrosamente,
escupían sobre el tazón que tú le llevabas a los cisnes.
No respetaban que tú le habías encristalado la terraza
y llevando el menguante de la liebre al espejo.
Tus disfraces, como el almirante samurai,
que tapó la escuadra enemiga con un abanico,
o el monje que no sabe qué espera en El Escorial,
hubieran producido otro escalofrió en Baudelaire
Sus sombríos rasguños, exagramas chinos en tu sangre,
se igualaban con la influencia que tu vida
hubiera dejado en Baudelaire,
como lograste alucinar al Sileno
con ojos de sapo y diamante frontal.
Los fantasmas resinosos, los gatos
que dormían en el bolsillo de tu chaleco estrellado,
se embriagaban con tus ojos verdes.
Desde entonces, el mayor gato, el peligroso genuflexo,
no ha vuelto a ser acariciado.
Cuando el gato termine la madeja,
le gustará jugar con tu cerquillo,
como las estrías de la tortuga
nos dan la hoja precisa de nuestro fin.
Tu calidad cariciosa,
que colocaba un sofá de mimbre en una estampa japonesa,
el sofá volante, como los paños de fondo
de los relatos hagiográficos,
que vino para ayudarte a morir.
El mail coach con trompetas,
acudido para despertar a los dormidos de la terraza,
rompía tu escaso sueño en la madrugada,
pues entre la medianoche y el despertar
hacías tus injertos de azalea con araña fría,
que engendraban los sollozos de la Venus Anadyomena
y el brazalete robado por el pico del alción.
Sea maldito el que se equivoque y te quiera
ofender, riéndose de tus disfraces
o de lo que escribiste en La Caricatura,
con tan buena suerte que nadie ha podido
encontrar lo que escribiste para burlarte
y poder comprar la máscara japonesa.
Cómo se deben haber reído los ángeles,
cuando saludabas estupefacto
a la marquesa Polavieja, que avanzaba
hacia ti para palmearte frente al espejo.
Qué horror, debes haber soltado un lagarto
sobre la trifolia de una taza de té.
Haces después de muerto
las mismas iniciales, ahora
en el mojado escudo de cobre de la noche,
que comprobaban al tacto
la trigueñita de los doce años
y el padre enloquecido colgado de un árbol.
Sigues trazando círculos
en torno a los que se pasean por la terraza,
la chispa errante de tu errante verde.
Todos sabemos ya que no era tuyo
el falso terciopelo de la magia verde,
los pasos contados sobre alfombras,
la daga que divide las barajas,
para unirlas de nuevo con tizne de cisnes.
No era tampoco tuya la separación,
que la tribu de malvados te atribuye,
entre el espejo y el lago.
Eres el huevo de cristal,
donde el amarillo está reemplazado
por el verde errante de tus ojos verdes.
Invencionaste un color solemne,
guardamos se verde entre dos hojas.
El verde de la muerte.
Ninguna estrofa de Baudelaire,
puede igualar el sonido de tu tos alegre.
Podemos retocar,
pero en definitiva lo que queda,
es la forma en que hemos sido retocados.
¿Por quién?
Respondan la chispa errante de tus ojos verdes
y el sonido de tu tos alegre.
Los frascos de perfume que entreabriste,
ahora te hacen salir de ellos como un homúnculo,
ente de imagen creado por la evaporación,
corteza del árbol donde Adonai
huyó del jabalí para alcanzar
la resurrección de las estaciones.
El frío de tus manos,
es nuestra franja de la muerte,
tiene la misma hilacha de la manga
verde oro del disfraz para morir,
es el frío de todos nuestros manos.
A pesar del frío de nuestra inicial timidez
y del sorprendido en nuestro miedo final,
llevaste nuestra luciérnaga verde al valle de Proserpina.
La misión que te fue encomendada,
descender a las profundidades con nuestra chispa verde,
la quisiste cumplir de inmediato y por eso escribiste:
ansias de aniquilarme sólo siento.
Pues todo poeta se apresura sin saberlo
para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.
Ahora ya sabemos el esplendor de ese sentencia tuya,
quisiste llevar el verde de tus ojos verdes
a la terraza de los dormidos invisibles.
Por eso aquí y allí, con los excavadores de la identidad,
entre los reseñadores y los sombrosos,
abres el quitasol de un inmenso Eros.
Nuestro escandaloso cariño te persigue
y por eso sonríes entre los muertos.
La muerte de Baudelaire, balbuceando
incesantemente: Sagrado nombre, Sagrado nombre,
tiene la misma calidad de tu muerte,
pues habiendo vivido como un delfín muerto de sueños,
alcanzaste a morir muerto de risa.
Tu muerte podía haber influenciado a Baudelaire.
Aquel que entre nosotros dijo:
ansias de aniquilarme sólo siento,
fue tapado por la risa como una lava.
En esas ruinas, cubierto por la muerte,
ahora reaparece el cigarrillo que entre tus dedos se quemaba,
la chispa con la que descendiste
al lento oscuro de la terraza helada.
Permitid que se vuelva, ya nos mira,
que compañía la chispa errante de su errante verde,
mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)